Salvajes relatos de Goya

Que levante por favor la mano quien recuerde el título de la lamentable película remitida por la Academia a los Óscar el año en que postergó Celda 211, una de las mejores obras de la historia del cine. A modo de rectificación, Daniel Monzón ha recibido una sobredosis de nominaciones goyescas por El niño. Corríjanme si me equivoco, pero es inferior a su predecesora. El vértigo de las lanchas a través del estrecho resume los equilibrios del cineasta, entre autor a la francesa o dignísimo émulo de Hitchcock con aspiraciones a dirigir una película de superhéroes en Hollywood. El cine español se ha especializado en hacer difícil lo fácil. Monzón triunfa porque hace fácil lo difícil. La tonelada de nominaciones reivindica su masificación del elitismo. La isla mínima es otra cosa, una descarada traducción de True detective. La gran pantalla imita a las meticulosas teleseries, así en España como en el extranjero. El público conmutó la condena de La isla mínima a cinta de culto paladeada por minorías. Van ya dos películas que cubren la gama de ocres, y falta la principal. Ensayemos un pequeño experimento. Contemple la labor de actores de La isla mínima, y compare desfavorablemente con el elenco irrepetible de la hispanoargentina Relatos salvajes. No hay color, otra vez el negrísimo. La producción de los hermanos Almodorra ha sido proclamada una de las diez mejores películas de 2014 por los selectos críticos del semanario Time, nada menos. Por tanto, ni en los monstruosos sueños de Goya puede razonarse que opte a la mitad de los premios de El niño y La isla mínima. Ricardo Darín es el mejor actor incluso en el vídeo casero de su afeitado matutino. Sin embargo, protagoniza una sexta parte de Relatos salvajes, por lo que difícilmente debería optar a mejor actor. En paralelo, la intérprete más meritoria de Ocho apellidos vascos responde por Clara Lago, así que es la única sin nominación. Proponer cualquier premio para Musarañas confirma el sentido del humor negro de la Academia.

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