Mi amigo Javi tiene seis años, está viviendo su primera temporada como socio del Valencia CF y recientemente, en un partido en Mestalla, nos preguntó a su padre y a mí quién es Lim. Nos miramos y pensamos: ¿cómo se lo contamos? Difícil misión hacer entender a Javi que el Valencia ahora es propiedad de un singapurense. Cómo explicarle al niño que hace noventa y cinco años se fundó un club en el bar Torino y que su primer presidente fue elegido por sorteo. Quién es capaz de hacerle entender a esta criatura que hubo un tiempo no muy lejano en que los socios del Valencia votábamos al presidente de turno. Que incluso algunos presidentes como Ramos Costa se arruinaron por darle al Valencia alegrías e ilusiones. Cómo hago comprender a nuestro pequeño valencianista que desde que el Valencia se convirtió injustamente en sociedad anónima una serie de personajes valencianos irrumpieron en la vida del club y protagonizaron episodios más típicos de una novela negra de Ferran Torrent. Algunos se forraron a costa del sentimiento valencianista. Otros individuos honorables «bufaren el caldo gelat» y acabaron acudiendo a sicarios italianos para solucionar sus cuitas. Si nuestro gran escritor de Sedaví se anima, seguro que el detective Butxana tiene mucho trabajo.

La conversión de los clubes en sociedades anónimas fue una trampa orquestada desde medios estatales en la que se vendió el sentimiento de muchos aficionados de clubes abriendo el grifo de agua sucia que mancilló los colores de los escudos. En 1990, el gobierno de Felipe González promulgó una tramposa Ley del Deporte por la que todos los clubes, a excepción del Madrid, Barcelona, Athlétic de Bilbao y Osasuna fueron obligados a convertirse en sociedades anónimas. Los equipos que no lo hicieron obtuvieron beneficios fiscales y los convertidos hoy día se encuentran en quiebra. Ello, unido a un reparto televisivo injusto, hizo que la tarta se la repartieran los de siempre. Lo más curioso del caso es que el ministro que dio luz a esa maliciosa Ley del Deporte, el señor Joaquín Almunia, se convirtió posteriormente en uno de los beligerantes comisarios europeos que habló de las «dudas razonables» sobre las ayudas a los «grandes» clubes españoles.

Creo que habrá que esperar a que Javi se haga mayor para contarle que, gracias a presidentes autonómicos que entraron en política para forrarse o que tenían amiguitos del alma corruptos, su vida en el futuro estará hipotecada. No puedo explicarle al niño que en España hay ciudadanos de primera y otros de segunda. Cómo le hago entender que los ciudadanos vascos no pagan impuestos al Gobierno central sino a las diputaciones, situación a las claras injusta derivada de un Régimen Foral subvencionado desde 1878. Quién es el guapo que le hace entender que los valencianos ya no tenemos una televisión pública, que no se nos financia con equidad, que el Banco de Valencia es una caixa catalana, o que Bancaja, ahora banco madrileño, vendió preferentes a ingenuos valencianos.

Mejor no contestamos al niño y lo dejamos feliz celebrando los goles de Alcácer. Ya se hará mayor e irá perdiendo la inocencia que algunos todavía tenemos.