Opinión
Alejandro Mañes
Buscando a Bernhard
Recuerdo aquello de que, quien no sabe lo que busca no valora lo que encuentra, y viajo a Viena por fin de año, en compañía de entrañables amigos, buscando a Thomas Bernhard. Bernhard siempre me sedujo por su contestación crítica a la ciudad y al país que le alojó. Releo alguna de sus novelas en las cuales nos introduce en el arte, y en Viena. En Maestros antiguos, premio Médicis al mejor libro extranjero, Bernhard nos advierte de que por muchos que sean los maestros, por buenos que éstos sean, al final nos dejan solos ante nuestras decisiones personales.
Asisto al Hofburg, el palacio imperial, donde el concierto vespertino del primero de enero, compite en calidad, a precios más económicos, con el matutino, mundialmente televisado, del Musikverein. Otros muchos conciertos, se suceden estos días en la ciudad de la música. Nos acercamos a la Staatsopera, donde apenas son dos los días del año, Viernes Santo y Navidad, en los que dejan de programar sesiones. Se puede comprobar el amor de los vieneses por Gustav Mahler, al contemplar su busto, realizado por Auguste Rodin, junto a los de otros directores, Karajan, Maazel y recordamos a Bernhard, quien lo considera sobrevalorado, al igual que afirma que los extranjeros nos contentamos pronto con los conciertos programados.
Busco igualmente en Bernhard la historia de la ciudad que, según él, dejó de ser la que era, la única ciudad verdadera que queda en Austria, si bien, hoy, convertida en un concepto cultural. En los conciertos como en los museos, el conocedor va a examinar la obra que le interesa mientras que al profano le echa a perder el exceso. Son las nuevas etiquetas, brandings, con las que se venden las ciudades, como apunta el diseñador Xavi Calvo, convirtiendo la cultura en un producto. Y Viena no iba a dejar de ser una de ellas.
Entonces Bernhard se pregunta para qué ir Viena, si el Prater ya no es el Prater „el de El tercer hombre„ y Viena es, cada vez más, un parque temático cultural. Quizás, apunta, por buscar en los cafés el encuentro necesario con los amigos, la cortesía adecuada de los camareros, ni excesiva ni escasa. Cosa que él celebra en el Bräunerhof, lejos de los pretenciosamente intelectuales. Allí, se relaciona con las escasas personas que verdaderamente significan algo en su vida. Como pocas lo son en las de cada uno de nosotros. Y es en el Bräunerhof donde „¡por fin!„ aparece Thomas Bernhard, en una fotografía en blanco y negro, situada a la entrada del local.
En la ciudad que el propio Bernhard negó que, tras su muerte, fueran representadas y editadas sus obras, encuentro de esta manera un testimonio, al menos gráfico, de su presencia. Animado por ello me dispongo a desplazarme a Grinzing, última parada del tranvía, donde reposan sus restos, y allí, sin alcanzar a visitarlos, celebro el acontecimiento, degustando, en su memoria, unas botellas de Heurigen, el bien apreciado vino de sus bodegas. Repaso entonces las enseñanzas de los maestros antiguos cuando nos dejan solos ante las decisiones personales. El porqué del viaje, el porqué de Viena. Sin duda, por la posibilidad de hacerlo con unas de esas escasas personas significantes, y, también, por seguir los pasos de Bernhard, sus indicaciones y observaciones, de ir, ver pasar la gente, conocer, aprender a conocernos mejor y regresar.
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