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Jesús Civera

Círculos viciosos

El 90 % del debate político transcurre por el mismo carril endogámico de hace un lustro. Pocas novedades sobrepasan el tozudo círculo. Pasamos de Valmor a Fitur, de Fitur a Brugal, de Brugal al Palau de les Arts, del Palau de les Arts a Noós, de Noós a RTVV, de RTVV al caso Cooperación, del caso Cooperación a Over Marketing, de Over Marketing a las cacerías, de las cacerías a Vaersa, de Vaersa a la residencia de los Cotino, de los Cotino a la financiación del PP, de la financiación del PP a la visita del papa, de la visita del papa a Feria Valencia y de Feria Valencia a Bankia. Y así hasta el infinito. Una política en espera de que toquen las trompetas los jueces y fiscales. Mientras tanto, la calle va por otro lado. A la calle le preocupa salir de la depresión, obtener trabajo, revertir la precariedad del empleo, poder comer y poder vivir, saber que no se destruirán las pensiones, acudir a los hospitales sin demoras y que su municipio sea eficaz, le limpie la acera y no le aumente la contribución. ¿Dónde están las propuestas de los partidos para acabar con el paro y dignificar los servicios? Tal vez existan, pero no se escuchan. El debate endogámico las enmudece. ¿En qué punto se jodió la unanimidad para clamar contra el re-

legamiento de esta periferia y reivindicar su escaso peso en el panorama nacional? ¿Dónde aparece la exigencia de la ampliación de los derechos civiles y de las igualdades sociales? El ruido es otro: el runrún eterno. Es como si los partidos se dijeran: vamos a las Corts a comentar las sentencias de los tribunales y a ver si nos cobramos alguna dimisión. O vamos a las Corts a medir el grado semanal de limpieza pública. Con ser esto central, que lo es, ¿resulta suficiente? No. Entonces, ¿a alguien le parece extraño que el personal deposite sus esperanzas en Podemos?

Alicante. Un solo empresario, Enrique Ortiz, ha puesto patas arriba a la clase política alicantina y tambaleado el equilibrio social. Ha inclinado al PP sobre todo, pero ningún partido resulta inmune a esos abyectos ecos sísmicos, comenzando por los socialistas. Insisto. La gran tela de araña sujeta por connivencias y complicidades la ha destrozado un solo empresario. Es un mérito digno de figurar en el Guinness. Y un fenómeno a estudiar. La red tejida en Alicante bajo el resplandor de la política indica la debilidad estructural de esa sociedad, además de testimoniar sus contornos caciquiles y la hegemonía de unos aparatos políticos que han desviado la mirada ante el expolio. Advierte también sobre la supremacía de un capitalismo de casino y sobre la insuficiencia de unos contrapoderes dimitidos de su tarea de control. Y retrata, y esto es lo peor, a una clase dirigente encubridora del crimen original: abastecedora de un silencio colonial -y quizás amnésico-mientras la finca produjera lucros y rendimientos. Un escenario casi calcado al del franquismo, si bien se mira. La televisiva Castedo ha representado la más elevada figura en ese retablo clientelar, junto al financiero. Algún rostro ha de convertirse en la estampa del tiempo. Ciertamente, en el sur la cosa ha ido a peor. En Valencia, al menos, hay más variedad verbenera.

Suceso olímpico. La verdad es que no nos aclaramos. ¿Tiene Fabra el favor de Rajoy o no lo tiene? ¿Sube o baja en la valoración de Génova? ¿Y cuánto sube? ¿Un peldaño? ¿Quizás dos? ¿De qué depende su bajada? ¿De si se levanta Cospedal de malas pulgas o de si se despierta tras haber soñado con melodías dulces interpretadas en la pastoril Shangri-La? Más allá de las fijaciones freudianas o estadísticas de Génova, el calendario coloca a Fabra como virtual ganador de la candidatura. Ahora bien, si gana será un suceso olímpico, tal es la expectación. Como una hazaña del mítico Carl Lewis ante el asombro del mundo.

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