Del revelador embrollo del señor Domínguez

La lectura del artículo de Miquel Domínguez titulado «Estic fet un embolic», publicado en Levante-El Mercantil Valenciano, pocas horas después de haber leído los aforismos sobre la mediocridad de Jorge Wagensberg y de haber escuchado la entrevista a Angel Gabilondo (en la mañana del mismo día), me ha permitido descubrir algo que creo oportuno y pertinente someter al criterio de los/as lectores/as en mi primer artículo de este promisorio 2015:

Que detrás del ignaro y estrambótico ataque contra Podemos del concejal del Ayuntamiento de Valencia (antes de Urbanismo y ahora de Relación con los Medios y Seguridad Ciudadana), hay un rasgo que resume lo peor de los políticos del PP y, en general, de la derecha valenciana, española y europea, que ha puesto en evidencia la crisis del capitalismo y que, en cierta forma, explica la incompetencia, el despilfarro y la corrupción de los que han hecho gala a lo largo de más de 20 años los/as Blasco, Camps, Castedo, Costa, Cotino, Fabra, Olivas y Zaplana, para mencionar (por orden alfabético) sólo los más destacados a nivel regional: La mediocridad. Veamos:

Wagensberg (Barcelona, 1948), pensador, doctor en Física y profesor de Teoría de los Procesos Irreversibles, dice que la humanidad se divide en dos clases de personas, la de las que van a favor más bien de los proyectos y la de las que van más bien a favor de sí mismas. Los proyectos suelen empezar bien empujados por personas que van más bien a favor de los proyectos y se van arruinando a medida que son reemplazadas por personas que van más bien a favor de sí mismas. Y Gabilondo (Donosti, 1949), catedrático de Metafísica, exrector de la UAM y exministro de Educación, plantea en su último libro «Por si acaso: Máximas y Mínimas» (Espasa, 2014), entre otros sabios aforismos sobre el poder de la palabra y las palabras de la vida, el amor y el poder, que la ignorancia es capaz también de alcanzar su eficiencia.

Con estas brillantes y potentes luces, se puede advertir con claridad que detrás del fantasmagórico programa que el concejal Domínguez atribuye a Podemos (de una sociedad con una máquina de hacer dinero, sin templos financieros ni religiosos, sin viviendas vacías y todos/as con coleta) y del sonrojante conjuro para la desaparición de todos los ismos (desde el anarquismo al comunismo pasando por el fascismo ¿y el catolicismo?), sólo hay la penosa mediocridad de un miembro del equipo de la alcaldesa Rita Barberá que emula en estulticia con el asesor que se robó el nombre Guanyem València para mostrar que no estaba bien guardado?

Pero el embrollo del señor Dominguez revela, además de ineficiente ignorancia y pánico por las encuestas de opinión hacia las elecciones de mayo, un aspecto medular: La derecha valenciana y española nunca ha ido a favor de un proyecto sino que, como hoy es evidente, siempre ha ido a favor de sí misma y del capital financiero. No se sabe si Rafael Blasco tuvo algún proyecto en sus tiempos de militancia maoísta o socialista, o si los tuvieron los señores Camps, Cotino y Domínguez en su época de intransigentes jóvenes católicos; lo que sí se sabe es que, si lo tuvieron, lo han arruinado con sus copartidarios/as dañando, de paso, la Constitución de 1978, las conquistas sociales logradas con mucho trabajo por los/as españoles/as, y el Sistema Valenciano de Innovación. Si algo representa Podemos es un ilusionante proyecto que gana día a día el apoyo de miles de ciudadanos/as a pesar de sus incipientes formulaciones; por lo que afinar programa y consolidar organización de forma creativa, participativa y democrática es la ingente tarea que tenemos todas las personas inscritas en el partido, hayamos sido elegidas o no en sus órganos de dirección.