Opinión
Alfons Garcia
Sumisión, ése es el asunto
Se aleja el atentado de París en el tiempo y crecen las voces que cuestionan la representación gráfica de Mahoma en unas caricaturas. Incluso el papa. Respeto al otro y a lo más sagrado, invoca. Límites sensatos a la libertad de expresión, dicen otros. A mí cada vez me parece más certera la portada del número de Charlie Hebdo posterior a la matanza. Equilibrada. Ni airada, ni parida en el rencor, pero sin claudicar de unos principios. No sólo los suyos, sino los de una sociedad que, 225 años después, no es de extrañar que haya días que parezca cansada de sí misma. Evitar el motivo por el que la redacción del semanario fue ultrajada hubiera sido un acto de sumisión a los pistoleros y a la barbarie. Sí, porque lo que vuelve a estar en juego es el viejo dilema: civilización (con sus taras, muchas, cierto) o barbarie. Libertad a los lápices o sometimiento a quienes están dispuestos a imponer una ley divina por las armas.
Sumisión. Ese es el asunto. El ahora desaparecido Houellebecq dio en el clavo con el título de su novela. ¿Premonitoria? No es que haya adelantado el nombre de un náufrago al que sus compañeros se comen para sobrevivir, como hizo Edgar Allan Poe. Es que el poder de la buena literatura está en iluminar los ríos subterráneos que alimentan nuestra realidad y que nos pasan desapercibidos en el día a día. Sumisión. Es la clave de este tiempo, como vemos en todos esos liceos de la Francia ilustrada donde grupos de alumnos se resisten a honrar a los ilustradores y demás ciudadanos asesinados. Ellos no son Charlie. Sus héroes son otros.
Resistir a la sumisión no significa belicismo ni ausencia de autocrítica. Siempre ha sido más efectivo mirar los errores propios que los del otro. La publicitada sociedad de la opulencia ha visto en los últimos años cómo la desigualdad económica crece „hoy, uno de cada siete franceses vive, por decir algo, bajo el umbral de la pobreza„ y los márgenes de sus rutilantes grandes ciudades se pueblan de jóvenes sin trabajo o con uno precario, quienes lo tienen (Thomas Piketty dixit). Sus padres no gozaron de una vida mucho más fácil, es verdad, pero les quedaba esperanza: de mejora colectiva o al menos de progreso personal, que no es poco. Los desarraigados de hoy no encuentran la fe en un sistema deprimido y poblado de demasiadas evidencias de corrupción. Y a algunos, unos pocos, la fe se les aparece en una versión radical y cruel de la religión islámica. Igual que el nazismo adquirió formas de religión, el yihadismo las tiene de ideología. Dejar que todo siga igual en esos barrios, dejar que el capitalismo imponga su rostro más salvaje y excluyente, puede ser el principio del acto final de sumisión.
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