Opinión

José Luis Villacañas

Universidades de excelencia

Con un título bien expreso „¿Dónde están las mejores universidades y por qué?„, el profesor Gumbrecht, de Stanford, me envía sus reflexiones sobre las razones que promueven la excelencia universitaria. A su experiencia del campus de Palo Alto, Gumbrecht, que es doctor honoris causa por media docena de universidades europeas y americanas, une su conocimiento de muchas instituciones universitarias, algunas tan importantes como la Freie Universität de Berlín. Su argumento sorprenderá a los políticos y comentaristas al uso y ofrecerá una voz discordante en el coro de los que participan en la jaculatoria de por qué ninguna de nuestras universidades está entre las 500 mejores del mundo. Y no porque ironice sobre la obsesión de los rankings y las plurales metodologías que emplean. Más allá de la ironía, esas clasificaciones son un testimonio de que la universidad ha entrado en la vida de la sociedad como una expectativa cotidiana, pero que implica una gran distinción social. Es lógico que esa diferencia, rica en efectos sociales, sea medida y evaluada.

Sin embargo, su reflexión apunta a lo problemático de fijar un denominador común objetivo que subyazca a las mejores universidades del mundo. Desde luego no lo hallaremos en ese equivalente superficial que es el dinero de inversión. No hay receta de éxito ni universidad ideal. Una universidad excelente es una configuración estable de variables. Éstas hay que localizarlas en lugares en los que el político al uso no irá a buscarlas. Pues lo que según Gumbrecht permite la emergencia de una universidad excelente es, ante todo, su capacidad de encontrar una identidad específica en su propio contexto vital y social. Así que nada de improvisaciones o de intervenciones tecnificadas. Se trata, dice, de una dinámica de individualización propia. No hay recetas ni condiciones universales de éxito. Cada universidad debe hacer su propio camino en libertad. Pero no de cualquier forma. Sólo determinadas formas de interrelación con su contexto social permiten resultados de excelencia. La primera, que la universidad no sea un negocio económico; como él dice, las universidades privadas americanas no pueden alcanzar ni mantener su calidad sin subvenciones estatales. Segundo, que las universidades se vean libres de las presiones de los gobiernos; el prestigio de las universidades públicas americanas es tan grande que lo consiguen.

Así que hagamos las cosas complejas. Ni patrones pendientes de dividendos ni patronos políticos que cambien subvención por influencia. La dinámica individualizadora de la universidad en su contexto social tiene que hacerse al margen de influencias políticas y económicas de corto aliento. Las mejores universidades del mundo han evadido estos dos peligros. Por eso son instituciones de libertad. Ahora bien, ¿cómo puede individualizarse en un diálogo con el contexto social si la universidad no se hace eco de sus necesidades e inquietudes? Gumbrecht no cree que este diálogo se pueda desplegar mediante la separación de las disciplinas técnicas respecto de las ciencias sociales, del espíritu y de la cultura. Esa síntesis es la que fijará la evolución de la universidad en el futuro. Al menos esa es su opinión. Ni técnica sin espíritu, ni cultura sin mediación técnica.

La fórmula es necesaria. Pero no es suficiente. La gran cuestión, la que mueve más allá su argumento, pasa por identificar aquello que es necesario para que surja la decisiva energía intelectual. Pues parece que esto se dé por supuesto, como si fuera una planta natural que creciera en cualquier parte. Por ejemplo, Gumbrecht ve un elemento de incompatibilidad entre la energía intelectual y la cultura de las grandes metrópolis. De hecho, ninguna de las mejores universidades del mundo se aloja en ciudades de más de cien mil habitantes. Sin duda, el elemento de inspiración que promueve la gran metrópolis tiene que ver con la estetización general de la vida, no con el esfuerzo intelectual logrado.

La energía intelectual tiene un prerrequisito en la selección selectiva de profesores y alumnos. Recuerdo un episodio de House of Cards en el que la jefa de gabinete del presidente no puede hacer nada para que acepten a su hija precisamente en Stanford. Pero esto no es tan fácil como parece. No se trata de elegir al que mejores resultados presente, sino al que albergue un mayor potencial de resultados intelectuales. ¿Pero cómo se mide lo potencial? Es más fácil apreciar lo actual, desde luego, pero es más decisivo identificar las posibilidades de futuro que valorar las realizaciones del pasado; y es más importante resaltar la inquietud que la especialización prematura y profesionalizada. Pero su insistencia en el potencial intelectual es sobre todo destacable por ser una cualidad de la intensidad. Ninguna de las grandes universidades del mundo tiene la expansión cuantitativa como una de sus metas. El diálogo con el ambiente social no tiene como finalidad la autoafirmación del poder universitario. En el proceso de individualización, cada universidad debe hallar su tamaño ideal. Una vez más, una cuestión de tacto, de conocimiento de lo potencial, de identificar el límite. Nada tecnificado.

Todo esto no se consigue sin saberes estratégicos refinados. Nada que se pueda resolver sólo con directrices legales. Y esta impresión todavía se refuerza más cuando vemos que dentro de la universidad debe abrirse paso una concepción general y unitaria de la vida intelectual. Este inmaterial implica una articulación visible de la vida del campus. Esto quiere decir que sin esa vida limitada y protegida del campus no puede surgir energía intelectual de gran formato. Por eso ésta no aparece en esos campus que se disuelven en una gran ciudad o en sus periferias y que recuerdan más a los dispensarios de clases y de títulos que a una ciudad universitaria. Podemos definir el campus que fomenta la producción de energía intelectual como aquél que se hace presente a sí mismo, el que promueve y facilita el encuentro real, el que hace continuo el consejo, la pregunta, la sugerencia, la información, la noticia y todo ello de forma espontánea. Ahí es donde crecen las interrelaciones entre formas culturales, intereses políticos, exigencias técnicas, donde todo se convierte en un estímulo intelectual. Aquí, en los más diversos encuentros, es donde, sin proponérselo mediante un programa expreso, se teje la síntesis de investigación y docencia. Nada más lejano de esta tradición que aquello que Gumbrecht llama el sueño preferido de los profesores europeos, formar parte de un instituto puro de investigación.

Bajo esta comprensión de la vida del campus, ni la síntesis de docencia e investigación ni la interdisciplinariedad necesitan programas expresos. Ambas están implícitas en la esencia del campus como forma de vida intelectual. Pero Gumbrecht todavía va más allá y caracteriza lo esencial de esta vida bajo la presencia espacial del campus como una complejidad capaz de unir tres dimensiones temporales mediante una percepción atenta. Se trata de reunir el tiempo de las exigencias del día con sus problemas técnicos, que es el tiempo no lineal de la vida cotidiana, azaroso, fragmentado, sorprendente; el tiempo objetivo y lineal del progreso objetivo con sus acumulaciones de soluciones científicas; y el tiempo de la verdad, que aspira a lo eterno en cada formulación, por mucho que siempre sea una eternidad decepcionada. Gumbrecht dice que sólo donde se reúnen estas tres temporalidades surge la intranquilidad que produce energía intelectual. Esa sincronía sólo es posible si de ella forman parte las ciencias del espíritu, que no saben reaccionar a la vida cotidiana ni al progreso objetivo, pero inspiran respuestas con su arsenal de propuestas, modelos, conceptos y obras de arte relativamente independientes de un tiempo demasiado azaroso y cambiante. Y lo hacen frente a todo sentido de la ortodoxia y exclusividad.

Debemos asumir la conclusión. Las inmensas universidades continentales no pueden aspirar a compartir estas condiciones espaciales y temporales de las célebres universidades anglosajones, la base de su espíritu. Por eso tienen pocas posibilidades de conquistar la excelencia con los diagnósticos simplificados de nuestros oficinistas ministeriales. En todo caso, no surgirán donde estas condiciones de la vida del espíritu no sean cuidadas de forma expresa, lo que Humboldt llamó «concentración en medio de la diversidad». No conozco ningún plan ministerial que, con sus medidas, no represente un riesgo, una amenaza o un obstáculo ulterior a la vida de la universidad en su profundo espíritu. Esta vida no se sostiene por un propósito externo, sino por una cierta forma de autogenerarse desde dentro, algo que requiere tiempo. Así que lo que tendrían que hacer el Estado y la Administración es ofrecer las condiciones de posibilidad para que emerja la vida propia de la universidad. Soledad, libertad, independencia de toda imposición política y comercial, concentración y apertura, esa relación en la que se promueve la vida enérgica del espíritu en contacto con las necesidades productivas, técnicas y socioculturales de su entorno. Cualquier reforma que no tenga en cuenta estas dimensiones inmateriales no podrá alcanzar nada intenso y a la altura del tiempo presente.

Tracking Pixel Contents