Minnie descarriada

Padres que estáis leyendo estas líneas. Dejadme que os dé un consejo, si vuestra hija o hijo llega un día a casa y os dice que su ilusión es ser una estrella de la factoría Disney, os recomiendo que se lo quitéis de la cabeza rápidamente y como mucho le llevéis al programa de Juan y Medio, resultará nocivo para el niño pero al menos evitaréis una futura e indeseada adicción. A los datos me remito, Zac Efron, Joe Jonas, Britney, Demi, Selena, Miley y tantos pobres descarriados bajo los focos de un plató y la admiración de millones de fans. La presión que ejerce ser una mina de oro imberbe no es nueva en nuestro país. Casos míticos como el de Marisol, que pasó de ser niña prodigio del franquismo a mujer refugiada en su más estricta intimidad. Lo de Joselito fue más trágico ya que las hormonas anti crecimiento dieron paso a algo mucho más terrible, la legión y las drogas. Desde el otro lado del charco el máximo exponente de la reciente candidez convertida en decadencia tiene el nombre de Lindsay Lohan. Su currículum de películas es comparable a las veces en las que ha entrado en un centro de desintoxicación. Seis veces estuvo la joven en Malibú, pero no tomando el sol sino alejándose de los fantasmas de alta graduación. Hasta que de repente le llegó una aparición, la de la diosa de la comunicación. Oprah Winfrey, ella que es como la Ana Rosa americana (salvando las distancias y los ceros en la cuenta bancaria), le ofreció cambiar el rumbo de su vida a través de una serie documental que ahora disfruto en el canal Cosmopolitan cada viernes y que me sirve a la vez para desintoxicarme de Sálvame Deluxe. Lindsay, una nueva oportunidad rehabilita al juguete roto ante millones de miradas y nos muestra a una chica frágil, caprichosa que intenta tomar el volante de su vida y su carrera sin estamparse ante los flashes del enjambre de paparazzi que le rodean. Así que progenitores del mundo, la mejor prevención para no tener que luchar por la sobriedad es no exponer, porque Hollywood no es país para niños.

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