Opinión

Camilo José Cela Conde

Puñetazo

Que un santo pontífice, cabeza visible de la Iglesia Católica, dictado por el don de la infalibilidad cuando habla ex cátedra y traductor directo para el resto de los fieles de la voluntad y los designios divinos hable con la naturalidad y espontaneidad con la que lo hace al papa Francisco es algo por completo insólito. Quien ocupa el trono de san Pedro suele quedar imbuido en el mismo momento en que se sienta por primera vez en él de una especie de actitud mayestática cuyos signos externos van desde el vestido de armiño hasta los zapatos granates de alta costura que el predecesor del cardenal Bergoglio solía lucir. Puede que sea esa espontaneidad a la hora de lanzar sus opiniones a los cuatro vientos la que ha hecho del papa casi de inmediato un icono popular. Con las ventajas y los inconvenientes que tiene el hablar como cualquier otro.

En ocasiones en que los críticos del islam, en especial los humoristas, han hecho uso de la desvergüenza para mofarse de la irracionalidad religiosa, llamar irracionales a las creencias sobrenaturales no es un insulto, es una definición ajustada a la lógica: los antecesores de Francisco han condenado esas prácticas haciendo uso hasta de argumentos teológicos que, por cierto, no vienen al caso. Podrían haber atendido a las virtudes cristianas de la compasión pero tampoco van por ahí los tiros (perdón por la metáfora). Lo que el papa Francisco ha hecho es decir lo que cualquier ciudadano diría en la barra de un bar: si alguien insulta a mi madre puede esperar que le dé un puñetazo.

Seguimos en el terreno metafórico. No hay razón alguna para insultar a la madre de Bergoglio, pero si yo lo hiciese, que es absurdo pensar siquiera que pensase en hacerlo, entre otras cosas por educación y respeto, pero sirve como hipótesis, si lo hiciese, digo, la verdad es que me sorprendería que el papa me soltase un sopapo. La idea que tengo de los santos pontífices es otra. Sin embargo, cabe perfectamente darle la vuelta al argumento de Francisco. Si él o cualquier otro agrede a golpes a cualquiera puede esperar las consecuencias penales que se deriven de la agresión. Como, por añadidura, los fanáticos que atentaron contra Charlie Hebdo no dieron puñetazo alguno sino que cometieron varios asesinatos, la lógica del papa Francisco cae por los suelos.

La libertad de expresión tiene sus límites, por supuesto. Y es una suerte que todo Estado de Derecho cuente con medios que fijan tal frontera y establecen qué cabe hacer contra cualquiera que la cruce. Ser dibujante de una revista satírica no concede patente de corso frente a los credos religiosos, ni las instituciones del tipo que sean ni los ciudadanos particulares. A menudo los dibujantes y los guionistas rozan la frontera de lo intolerable y, por cierto, en Charlie Hebdo lo han hecho innumerables veces satirizando e incluso insultando a los creyentes católicos. Pues bien, ninguno de ellos, que yo sepa, ha asesinado a los a su juicio blasfemos. Ya que estamos, ni siquiera ha recurrido al puñetazo.

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