Opinión
Puri Eisman
La política no es para los políticos
Las absurdas muertes ocurridas por los atentados en París, en especial a los trabajadores de Charlie Hebdo, que con sus afilados lápices hacían sonreír a tanta gente, han puesto de manifiesto que el humor también puede ofender, aunque sea en el uso de la libertad de expresión. Y, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, la disyuntiva se plantea una vez más entre seguridad y libertad, como si ambas fueran incompatibles.
La libertad de expresión está reconocida como derecho inherente al ser humano por la Declaración Universal desde 1948 y contemplada por los países democráticos. Ello presupone que las personas somos poseedoras de ese derecho y por tanto no se puede hostigar ni perseguir a nadie en el ejercicio de su libertad. No obstante, no es un derecho absoluto, porque somos responsables de nuestras palabras y, por tanto, si se hace uso indebido de ello „por ejemplo, ofender„ no sería un derecho. Aunque este argumento parezca una obviedad, es parte del conflicto que ha generado los atentados de París. Pero sabemos que el caso no es tan simple.
Cuando ocurre un atentado de esta magnitud en países democráticos, la respuesta inmediata de los Estados es desplegar todo un arsenal policial infundiendo miedo porque la práctica ha demostrado que esto funciona. Una población atemorizada acatará restricciones y pérdida de libertades en beneficio de la seguridad. De esa forma consiguen una ciudadanía más sumisa ante un gobierno protector que sabrá rentabilizar su trabajo en las próximas elecciones.
Pero resulta imprescindible hacer un diagnóstico para encontrar el antídoto y estos gobiernos no son capaces de hacer ni tan siquiera una pequeña autocrítica para poner en marcha un plan en la búsqueda de una solución. Y no lo hacen porque conocen muy bien el problema, porque lo tienen en casa. Cuando un Estado no integra a todas las personas por igual y separa religiones y colores, está generando racismo y exclusión social. Cuando estas personas viven o malviven en guetos, separadas del resto de la sociedad, está generando exclusión social. Cuando las políticas neoliberales impiden unas condiciones de vida dignas y los jóvenes no tienen salida, se está generando exclusión social.
Saben muy bien que en países como Francia, Bélgica, Alemania, Reino Unido y, en menor medida España, viven inmigrantes de mayoría musulmana, y se están creando células yihadistas que reclutan a través de las redes sociales a mujeres y hombres dispuestos a viajar a Siria, Yemen o Irak para entrenarse y luchar desde el Estado Islámico contra el infiel Occidente que les margina y al que consideran el enemigo a batir. Estos países se enfrentan a problemas de graves consecuencias, por organizaciones fanáticas de ideas islamistas y ancladas en el siglo XIII, pero que se mueven con las tecnologías del siglo XXI. Por ello, debido a su enjundia, la respuesta no puede ser más policías en las calles ni más bombardeos a países desolados por la miseria.
Por lo que deducimos que es una temeridad dejar la política a los políticos, porque como son rehenes de los que gobiernan de verdad, o sea, de los mercados y de quienes les financian, sus medidas van orientadas a generar más pobreza y exclusión social. Y sabemos que no buscarán el bienestar general porque no es rentable.
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