Opinión
Jesús Civera
Valencia pierde la primera posición
De una tacada, el juez Andreu ha imputado a 79 altos cargos de Caja Madrid. La cifra no es baladí, porque rompe el récord que ostentaba la CV en la infausta carrera hacia la totalización de la picaresca nacional. Madrid se apunta, por una parte, una medalla histórica, de redondeces olímpicas. Por otra, la decisión del magistrado agranda la podredumbre instalada en los despachos gobernados por Blesa y Rato en justa antítesis al hedor emanado de Bancaja. La excaja de Olivas ha de correr mucho todavía si quiere rebasar la plusmarca de imputados que luce la caja madrileña. O no? El juez Andreu, sin saberlo -es comprensible: sus criterios se ciñen a la literatura jurídica-, ha establecido un paradigma y originado un nuevo ideario. La estampa de la depravación bancaria, tantos años concentrada en Valencia, se ha desplazado, bajo el signo de los 79 imputados por tarjetas «black», a la capital de España, con lo cual el PP y el Consell ya pueden abandonar el victimismo construido a través del siguiente credo: los grandes poderes habrían elegido Valencia para ejecutar el castigo ejemplar al que les obligaba la opinión pública por los «años de alegrías» a fin de esconder los desmanes producidos en Madrid, que es lugar más sensible y al que hay que proteger para que no crujan los estamentos, negocios y la entera columna vertebral de España. Mientras la basura se concentre en «provincias», las altas jerarquías y eminentes financieros que ordenan el sistema están a salvo. Y sus intereses, cubiertos. Andreu ha roto esa idea.
Poco a poco, la perspectiva regula las fuerzas y muda las pasiones. El primero en caer fue Rato. El presidente de Caja Madrid inventó la demonización de Bancaja. Para guarecer la imagen de su banco -y la propia- ante las adversidades que se oteaban, obró una gigantesca deyección sobre Bancaja que ha alcanzado nuestros días, además de decapatir al BdV por el camino. Era natural: fijado el rumbo hacia la inevitable agonía, Rato poseía mucha más fuerza que Olivas, que se plegaba ante él. Hizo lo que quiso durante el matrimonio de las dos entidades: sus humillaciones a la caja valenciana son legendarias. Los empresarios de aquí, como es costumbre, nunca levantaron la voz; al contrario, cenaban con Rato y se dedicaban a organizar el futuro de este mundo imperfecto. Como es costumbre también, en cuanto desapareció el sistema financiero, se refugiaron en el lamento. Cosas de la naturaleza valenciana. Después se supo -aprovechando el caos que suele anticipar la hecatombe final- que Caja Madrid estaba mucho peor que Bancaja pero que financiaba a grandes empresarios -también mediáticos-, verdaderas columnas vivientes del sistema español. La cosa es que hoy la extinta Caja Madrid avanza hacia una apoteosis de imputados inigualable -más de ochenta- mientras la difunta Bancaja no rebasa la decena. Quizás el número varíe con el tiempo en esta competición siniestra, pero me temo que la única posibilidad que tiene Valencia de recuperar el liderato en la clasificación general de la imputación consista en la internacionalización del modelo. Si algún juez tuviera a bien imputar a Zubin Mehta, Plácido Domingo o a la tetralogía de Wagner al completo, el empujón sería notable para recuperar el grupo de cabeza.
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