Llega el día mundial del árbol al calendario y las administraciones y empresas se multiplican en estos días en el reparto de plantones para que los ciudadanos den por sobornadas sus conciencias y se vayan a la cama satisfechos por haber desplegado una misión contra la contaminación y a favor del medio ambiente y la preservación del planeta.
En muchos municipios, los ayuntamientos reparten árboles y habilitan zonas de plantación para que la tarea adquiera tintes de fiesta y de ejemplo para los más pequeños. Incluso la Generalitat regala pequeños ejemplares a empresas y particulares para repoblación, aunque hay que seguir un cierto proceso administrativo de petición por escrito y retirada en alguno de los viveros concertados.
La conciencia, como cada año, será amplia, pero lo cierto es que corren malos tiempos para especies arbóreas relevantes en la Comunitat Valenciana. El pino piñonero se está viendo afectado por una plaga de insectos perforadores, el temible Tomicus destruens, que está secando grandes extensiones de bosque y que alcanza ya a 119 de los 542 municipios valencianos. La lluvia, que no acaba de llegar en cantidad suficiente, es la que con más eficacia puede detener el avance del insecto, pero la foresta valenciana no debería estar únicamente al albur de lo que le caiga de las nubes. Acciones preventivas quizás habrían podido reducir el impacto de la plaga y evitar esos inmensos montones de árboles talados en las cunetas de las zonas de monte. Algo parecido sucede con otra de las especies con mayor presencia en tierras valencianas. El picudo rojo ha matado decenas de miles de palmeras Phoenix dactylifera y de otras variedades desde que entró en la Península Ibérica por Almuñécar en 1993 sin que la ciencia haya encontrado aún un medio eficaz para combatir al maldito escarabajo. Plantar árboles es genial, pero quizás se debería poner más celo en conservar los que ya se han hecho grandes.
