Si alguien quiere conocer la índole de los poderes emergentes en Rusia debería ver Leviatán, el filme de Andréi Zviagíntsev, candidato al Oscar a la mejor película extranjera. Atravesado por el mítico simbolismo de la poderosa bestia bíblica, la película muestra la estructura de la férrea maquinaria mafiosa gobernante que se extiende desde Moscú hasta la costa báltica, a través de una inmensa red de capilares en la que están implicados los restos del viejo aparato del Estado, sobre todo la policía resentida, corrupta y servil. Esta jerarquía es alentada en sus crímenes infames por la paralela legión de popes, que entrega sus servicios de limpieza de conciencia a cambio de poderosos beneficios materiales. No sólo fortalece la frágil e insegura mente del criminal ante su acción plagada de consecuencias inciertas, sino que refuerza la conciencia nacional rusa, representada de forma esencial con la fe ortodoxa. «Ahora Rusia vuelve a su verdadero ser», dice el pope revestido de gloria en el triunfante discurso final. Y ese verdadero ser es el nuevo leviatán que, poco a poco, hace resucitar al que, reducido a huesos, ha quedado varado en la playa del comunismo.

Es fácil comprender el rencor con el que las autoridades culturales rusas han reaccionado ante esta amarga película de Andréi Zviagíntsev. Comparadas con las viejas reacciones de Kruschev ante las películas de Andrei Tarkovsky, a quien tanto debe el sentido profundo de este filme, nos resultan más excitadas y tenebrosas. Al fin y al cabo, la censura se ha manifestado más dura y eficaz que en la época soviética. La película no ha sido exhibida en Rusia. La razón que explica esa profunda hostilidad es la radical desolación que transmite. Heidegger, en su última entrevista, dejó dicha su célebre frase: «Sólo un dios puede salvarnos». Esta debilidad senil, tan raramente celebrada, es refutada por esta película. El mismo Dios que puede salvar a Rusia, la condena. Sus gobernantes ya pueden matar con buena conciencia, de nuevo. Tienen al Dios de las iglesias de las cúpulas doradas de su parte.

Al fin y al cabo, es un milagro que un filme como este nos llegue desde Rusia. Otros poderes no menos tenebrosos crecen en el anonimato, aunque podemos imaginar lo inquietante que debe ser lo que sucede en los estados de Arabia, de Pakistán, de Siria. Pero por lo que nos concierne de forma directa, podemos atenernos a Rusia. Pues cuando un poder de esa índole se extiende desde el Pacífico hasta el mar del Norte y cuando el Kremlin asume que hasta el Niéper ha de ser su zona de influencia „como cincuenta años atrás asumió que podía llegar hasta Berlín, aunque para eso tuviese que romper un viejo país„ Europa, hundida en una política inconsciente, trata a su socio griego como si fuera un enemigo derrotado, a base de diktats. ¿Es esto sensato? No, no lo es. Desde luego que apreciamos los esfuerzos por mantener la paz en Ucrania que impulsan Alemania y Francia. Pero entonces, ¿por qué no avanzar en un plan adecuado para pacificar Grecia? En el mundo hacia el que vamos, dejar flancos descubiertos es un riesgo excesivo. En ese mundo, la mayor ventaja será que los que estén de un lado tengan conciencia de que están de ese lado. Se va a requerir lealtad y fidelidad en el tiempo que se avecina, y sólo los grupos humanos cohesionados van a tener alguna oportunidad de no perder el futuro.

Ni Europa en general, ni muchos de sus países en particular, son esos grupos. Y cuando más falta haría, su sistema político, en lugar de liderar a las sociedades con un poco de perspectiva y de ser capaz de convencer a sus poblaciones de que alguien está al mando con algún plan, se encuentra en la mayor crisis de legitimidad desde la época de entreguerras. Desgastados y erosionados por el largo monopolio del poder, apenas pueden transmitir una idea creíble, excepto la de que están allí para su propio beneficio y el de sus patrones. Los intelectuales más representativos pueden usar sus tribunas privilegiadas y gastar sus palabras para defender a los políticos oficiales frente a los populismos emergentes. Pero la verdad es que los discursos de los líderes oficiales suenan tan vacíos y estériles como algunos de las nuevas formaciones. No hay ningún sentido poderoso de la palabra populismo que no se aplique por igual a unos y a otros. La diferencia es de cansancio y hartazgo. La situación quizá podría ser expresada por un observador descomprometido con aquellas palabras del alemán Hutten en los años previos a la Reforma: «¿Nos os dais cuenta de que el mundo ya no os aguanta?».

Eso dicen todas las encuestas. Pero lo que no dicen es que ese desprecio generalizado se debe a que la situación de mayor gravedad coincide con la actuación más inconsciente e irresponsable. En este sentido, el caso español es el más grave porque en el fondo nuestro país es el más débil en cohesión interior. Cuando en 1975 murió Franco, en el terreno internacional todos los poderes presionaron en la misma dirección y forzaron a los actores políticos a un acuerdo. Ningún poder internacional estuvo en condiciones de apoyar opciones radicalizadas. Pero en una situación de inseguridad internacional, las cosas pueden ser muy diferentes. Los pueblos fuertes responden en estas situaciones unidos. Nosotros tenemos una larga historia de respuestas divididas que fracturan la ciudadanía en filias y fobias, a veces muy cercanas a las diferencias entre amigo y enemigo.

Por eso, resulta inexplicable la falta de lucidez y responsabilidad con que los partidos oficiales están gestionando la situación. Pase lo que pase, y digan lo que digan sus apologetas, a sus directivas (oficiales o extraoficiales, a veces tan operativas) corresponde la mayor culpa de lo que está pasando. Ellos son los mayores culpables por la inestabilidad que va a conocer nuestro país, que nadie podrá negarla. No es un azar que a su lado crezca lo que potencialmente es un sistema alternativo de representación. Según la encuesta de Metrocospia, Podemos y Ciudadanos ya alcanzan tantos votos como PP y PSOE juntos. Y aunque Podemos crezca también en ciudadanos que quizá no lo votarán y aunque parece haber tocado techo por el momento „es de suponer que también le haya hecho daño el asunto de Monedero„ eso no va a significar que el viejo sistema se refuerce. Y no lo va a significar porque, entregado a su única baza de un interés económico y a un discurso rancio que no parece darse cuenta que es rechazado por el 75% de los ciudadanos, el Gobierno0 no deja de tomar iniciativas que lo indisponen con el interés general, como la reforma de los grados y los másteres. Para saber lo excéntrico de los argumentos a favor, basta leer el reciente artículo de Nombela, ahora rector de la UIMP: el nuevo sistema, según ha dicho, atraerá a más estudiantes extranjeros. Es la mejor manera de decirle a la población española que su Gobierno piensa en ella.

Es difícil saber lo que sucederá en las próximas elecciones, y es fácil prever que en esta larga batalla Podemos y Ciudadanos llevan desventaja. Una formación como la de Iglesias está recibiendo tal presión que difícilmente podrá mantener la tendencia alcista que ha presentado hasta ahora. Por lo demás, ha mostrado su talón de Aquiles demasiado pronto: la poca articulación de su banquillo, que hará difícil sustituir a los que no puedan seguir en la primera línea por un desgaste de sobreexposición. Todavía más limitada es la complejidad de Ciudadanos, que reposa sobre Albert Rivera exclusivamente. Pero pase lo que pase, no hay posibilidad alguna de que el bloque hegemónico de partidos de la Constitución de 1978 pueda seguir gobernando este país como si no hubiera pasado nada. Inviable un acuerdo con CiU, casi imposible con el PNV, sólo queda una opción, por ahora: el Gobierno al estilo alemán, que significaría la reducción del PSOE a otro Pasok. Por mucho que se invoque la gobernabilidad „y se hará ante todo en Andalucía, donde tras designar al peor de los candidatos posibles, al PP sólo le queda dar orden a su gente de votar a Susana Díaz„ hará evidente que el PSOE y el PP son más o menos el mismo partido de centro-derecha más o menos paternal (la herencia de Felipe González). Cierto, Podemos tendrá que cambiar la estrategia. No podrá gobernar en solitario y tendrá que dotarse de una articulación capaz de una campaña larga de oposición (y no la Blitzkriege que pensaba conducir). Una España partida en dos en una situación internacional frágil. ¡Y Rajoy insistiendo en que esa es una razón para apoyarlo, cuando es una razón para pedirle responsabilidades por llevarnos a esta situación!