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Vicente

Chapa y pintura

A veces me entretengo mirando esa listas de fotos que proliferan en las redes sociales de mujeres que pasan de ser anodinas o directamente feas, a bellezones espectaculares por obra y gracia del maquillaje. Yo, que siempre he sido bastante torpona a la hora de usar el colorete y el rimel, me hago cruces de cómo les aumenta el tamaño de los ojos o les disminuye el de la nariz o, de pronto, esa cara llena de rojeces y granos se ve más tersa y uniforme que el culo de un bebé. Sólo una vez, por motivos profesionales, me sometí al trabajo de un maquillador y el resultado tampoco fue como para tirar cohetes. De pronto me vi con unos cuantos años encima y más rara que un perro verde. Mal maquillador, dirán. Eso será, porque la verdad es que los ejemplos que te muestran por las redes sociales son impresionantes. Lo que siempre me pregunto es cómo harán estas mujeres para que sus familiares y amigos las reconozcan, porque si se las encuentran por la calle pintadas, ni las saludan. Y lo que es más inquietante, si estas se echan un noviete de una noche, ¿qué pasa por la mañana? «No te preocupes, querido, soy yo sin los dos kilos de maquillaje que llevaba anoche». Eso a no ser que sean tan obsesivas como una de mis amigas que es incapaz de abrir la puerta de su casa con la cara lavada ni al cartero, y que en un brete como el del amante ocasional, sería capaz de estar toda la noche sin pegar ojo y derecha como un palo para amanecer igual de perfecta que el día anterior. A mí me da pereza sólo de pensarlo, pero es que algunas hemos debido caernos de un guindo y aún nos creemos que lo del físico es secundario y que la naturalidad es un grado. ¿Qué sentido tiene dedicar todas las mañanas una hora de tu tiempo a las brochas y los pinceles hasta que no te conozca ni tu madre? Tanta obsesión no puede ser buena. Leía el otro día en una web que una mujer lleva años sin reír para que no le salgan arrugas. Será una exageración, pero hay legión sacrificando a diario su bienestar y su disfrute a cambio de una talla 38, así que todo es posible. ¿Y toda esta tiranía para gustar a los demás? Si alguna de ustedes dice que es para gustarse a sí misma, confiese: En una isla desierta jamás usaría gloss ni rizador de pestañas, así que no cuela. Nos gusta vernos bien, claro, y sentirnos más atractivas nos da seguridad y satisfacción. De lo que tengo mis dudas es de si ese atractivo llega necesariamente con un maquillaje bien puesto. Ante la duda, estoy dispuesta a borrar lo del alegato por la naturalidad y dejarme pintar como una mona a ver qué pasa. Prometo que, si acabo pareciéndome a Angelina Jolie, cuelgo luego las fotos para que me critiquen por superficial. No se puede tener todo.

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