Urge revisitar el jardín filosófico de Ortega, repleto de profecías en flor y de axiomas políticos y sociológicos con auténtica solera. Porque muchas de sus predicciones ya se han cumplido „la rebelión de las masas, por ejemplo, está en pleno cénit„; y porque muchas de sus máximas, como la que define la clase política como un reflejo exacto de la sociedad que la elige, han alcanzado plena madurez. La clave para entender el retroceso que, según las encuestas, van a sufrir los partidos mayoritarios, tradicionalmente moderados, y el auge de las propuestas radicales de corte revolucionario no hay que buscarla en los análisis de hoy, sino en las profecías de Ortega, que proyectó a distancia, con gran rigor, los indicadores políticos y sociales de su tiempo.

El futuro que Ortega entrevió es nuestro presente; los principios que destiló son los que hoy rigen efectivamente la realidad social y política. El pueblo que se muestra escandalizado por la corrupción política es el mismo que se afana por allegar todo el dinero negro posible; el mismo que no diría nada si encontrase por casualidad un ánfora repleta de monedas de oro; el mismo que roba sin remordimiento los bolígrafos de la oficina y las antenas de los coches; el que halla una cartera con dinero y documentación del propietario y, en lugar de restituirla, se queda el dinero y la vuelve a tirar; el que hace carreras populares mientras disfruta la baja por un esguince de tobillo; el que pone al vecino un pleito sorpresa para sacar la mayor tajada posible.

Los políticos no vienen de Marte; salen de la sociedad. El español, como buen meridional, sueña con vivir sin trabajar, y a falta de un cuponazo, una primitiva o un gordo, bueno es el mando. Aquí subir en el escalafón significa trabajar menos, sustituir el trabajo físico por el arcilloso concepto de la «responsabilidad». «Es que tiene mucha responsabilidad», se dice del que ocupa un puesto importante; y es como decir: «Jo, qué suerte, tiene quien le prepare los informes y le haga los envíos».Es una pervivencia del horror al trabajo manual que nos caracteriza desde mucho antes del siglo XVI.

Nuestra clase política es parte de nuestra sociedad y evoluciona solidariamente con ella. Vienen los radicalismos y los anarquismos porque nuestra sociedad se va radicalizando y anarquizando. Lo que auguran las encuestas no es ninguna minucia: es la primera gran manifestación palpable de la crisis intelectual y ética que padecemos desde hace tiempo.