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Jesús Civera

Auto de fe

El último asalto a la razón democrática se ha producido en el sur de la Comunitat Valenciana (País o Reino, según González Pons, que se instala en lo razonable: una «comunidad» carece de personalidad, de entidad histórica y de perspectiva de futuro. Es un término instrumental, de espíritu gregario, que además no excita a nadie. Tan vulgar, que no invoca sueños ni respetos. Ya lo dijo Lerma hace algunos años: nos equivocamos. Hay que saludar que GP abrace esa misma convicción. Desde su Olimpo podía hacer algo más: promocionar el cambio). Decía que desde el sur suenan aires de fronda contra las armaduras democráticas. En el XVII francés, la fronda actuaba contra Mazarino y Luis XIV, ante su irrespetuosa presión fiscal, aunque después el descontento popular, como siempre, lo manipulara la nobleza. En Alicante, ya en el XXI, el ataque surge de Podemos y el objeto de la diana es el socialista Angel Luna. Lo contaba el domingo Juan Ramón Gil, en Información, en artículo glorioso. De artículo a artículo. Porque Luna no hizo otra cosa que expresar su opinión por escrito: su opinión sobre Podemos. La reacción de unos furibundos dirigentes del partido de Iglesias consistió en reproducir el mismo grito censor que ha recorrido toda la historia occidental bajo múltiples formas pero bajo un suelo común: liquidar el juicio divergente. Obviemos los pormenores del lance y quedémonos en su significado más profundo. La censura y el rechazo de la razón crítica.

No habrá que repetirlo. La primera obligación de un líder demócrata -o de un aspirante a líder demócrata en este caso- es la defensa de los valores de la democracia. Son cuatro convicciones pero hay que conocerlas, respetarlas y ejercerlas. La más básica: las ideas se combaten con ideas, no con la fuerza. Etcétera. Esperemos que el «fenómeno de Alicante», cultivado por Podemos, sea momentáneo, consista en un error y no se extienda hacia otros confines del país o reino, o estamos perdidos. Algo resulta alarmante, sin embargo. Nadie de Podemos, en Valencia o Madrid, ha reprobado la actitud, lo que resulta inquietante. Uno cree, en fin, y si se me permite la osadía, que el actual Podemos parte de un esquema de supuestos, categorías y explicaciones que antepone la causa al individuo sin que medie un equilibrio compensador. Ya lo hallará y hasta refutará el poder de la idea -o su fuerza hipnótica- y su representación posterior. O quizá no. Nunca se sabe. El último pasaje censor de esa magnitud se encarnó en Valencia, en las salas del Muvim. La Diputación desmontó una exposición de fotografía en una decisión política, no artística. El director del museo, Román de la Calle, dimitió, y la mancha atravesó el Atlántico para instalarse en las páginas del New York Times. Una fama feral. En lugar de liquidar la palabra, como con Ángel Luna, se exterminaron las imágenes. La democracia se ha erigido paso a paso y prescindiendo de claudicaciones vigorosas, incluso de sumisiones poco relevantes. Conviene no olvidarlo, ni olvidar las lecciones que entrega la Historia. Tantas conquistas bañadas en sangres ajenas.

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