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Los que tenemos levantinistas cerca asistimos perplejos al ataque de pesimismo «granota». Uno de esos achaques de adversidad cíclica, donde se retoma la teoría de la conspiración. Nada que objetar a la genética de cada uno, pero hay una buena noticia. El Levante está en buenas manos. Lucas Alcaraz carece de ruido mediático, pero sabe lo que se hace. El equipo ha mejorado, existe un plan e incluso ve puerta con más facilidad, con la resurrección de Barral incluida. Cierto que hay borrones, como el de Vallecas, pero los dos próximos partidos en Orriols (mañana ante el Eibar, y el Celta después de Fallas) son decisivos. Quedan 39 puntos en disputa, los mismos que necesita para la salvación, tal como está el campeonato. O sea que debe sumar 17, cinco victorias y dos empates, por ejemplo. Alcaraz sabe lo que hace y además está acostumbrado al sufrimiento, como demuestra su currículum. Supongo que importa poco a estas alturas del partido, si se gana con tiqui-taca o a zapatazos, con tal o cual jugador. Hace tiempo que no conocía a un entrenador que habla más del equipo y del club, que de si mismo. Lo más inteligente que puede hacer el levantinismo es estar al lado del míster. Ambos se juegan mucho.

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