Vaya por delante que en mi condición de conservador, Podemos no debería constituirse en la primera de mis preocupaciones. Es un hecho que compartimos muy poco electorado, incluso hay quien opina que su irrupción beneficia al Partido Popular, en la medida que contribuye, más si cabe, a fragmentar el espacio político de la izquierda. Ahora bien, la cuestión está en que me preocupa más este país nuestro que las elecciones. O si lo prefieren, me importan las elecciones en tanto en cuanto determinan el futuro de España. En este sentido debo reconocer que desconfío profundamente del amigo Pablo Iglesias, así como del soviet de presuntos indignados (suena a grupo musical) que dirigen su formación.

Verán, Podemos carece de programa y, por lo que parece, ni falta que hace. El asunto no deja de tener su gracia en un grupo que mima y cultiva hasta el aburrimiento su imagen de divinos, a la par que doctos, profesores universitarios. A día de hoy, ni sus más devotos seguidores saben qué pretende una vez se consume la conquista del poder, que piensa hacer, qué soluciones aporta o que fórmulas piensa aplicar. Esta tarea se ve enormemente dificultada por el hecho de que sus opiniones cambian día a día y debe resultar extraordinariamente agotador seguirles. De facto, comprendo que Iglesias exija de inmediato la convocatoria de elecciones generales porque si continúa la actual deriva de pensamiento podría, dentro de seis meses, acabar a la derecha del difunto Manuel Fraga.

Lo único que conocemos a ciencia cierta es de dónde vienen y lo que piensan. La inmensa mayoría de ellos, incluido el archimandrita Iglesias, militaba hasta hace bien poco en Izquierda Anticapitalista, es decir hablamos de comunistas a la izquierda del mismísimo Partido Comunista de España; son, pues, más comunistas que los propios comunistas. No me entiendan mal, yo no soy una de esas personas incapaz de pronunciar la palabra comunista sin dar la impresión de que la estoy escupiendo, ni me pongo a bizquear de manera incontrolada cada vez que pienso en ellos; me limito a saber quiénes son, hacia dónde conducen sus políticas y como se vive bajo su seráfico gobierno, para no votarlos ni por equivocación. Pero ahí se acaban todos mis problemas con ellos.

Ahora bien, comprenderán mi sorpresa a la vista de algunos sondeos electorales, al descubrir que había tantos comunistas en nuestro país; quién se lo iba a decir al también difunto Santiago Carrillo. No tengo nada en contra y de momento todo el mundo puede ser lo que estime más conveniente, pero no me negarán que resulta curioso. Del mismo modo me llama la atención que, después de treinta años reivindicándonos como una sociedad madura, razonable, dialogante y ubicada en el centro político „con todas las tendencias que ustedes quieran, pero en el centro„ de repente hayamos descubierto que la solución a nuestros problemas se hallaba a la izquierda de la extrema izquierda y que nuestro deseo mas oculto era desfilar por la Plaza Roja junto al resto de camaradas.

Sí, ya sé que me va a decir que usted piensa apoyar a Podemos pero no es comunista, es decir que va a votar a los comunistas pese a que ésta le parezca una ideología odiosa y profundamente antidemocrática. Bien, si le sirve de algo, le diré que no es usted el primero; la mayoría de los que les ayudaron a tomar el Palacio de Invierno tampoco lo eran y luego tuvieron setenta años para meditar qué demonios había fallado en el asunto y porqué los comunistas no se iban nunca.