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Matías Vallés

La Marilyn de Vallecas

Cristina Pedroche se prodiga en La Sexta más que Pablo Iglesias. La última vez que una presentadora televisiva causó una conmoción semejante, hubo que coronarla Reina de España. Se alegará que la antecesora trabajaba en el telediario, y no en la versión de Sálvame para menores de cincuenta años que titulan Zapeando. Por desgracia, ya nadie mira las noticias leídas por cadáveres parlantes.

Cautivado por Pedroche y su reivindicación del Homo erectus en horario infantil, me consuelo destripando a la mujer que me arrancó de los documentales de panteras de La 2. Ahora que ya no se puede criticar ni a la madre del Papa, la presentadora demuestra que la libertad de expresión empieza por reírse de uno mismo. Salvo que seas Mahoma, claro. El éxito de esta novia que todo padre querría robarle a su hijo se basa en una sonrisa autentificada, y en vivir cada día por primera vez. Pasada de largo la fecha de caducidad de la desvaída Belén Esteban, el país exigía un nuevo tratamiento hormonal, y nadie maneja el clisé kitsch como la Pedroche. Por ejemplo, en su tuit «hoy me siento muy muy rubia». Firmado, la Marilyn de Vallecas.

La portada ideal para la resurrección de Charlie Hebdo debió mostrar a la lozana vallecana con sus veladuras de Scheherezade. Es imposible mantener la religiosidad ante la sultana que asume todos los tópicos para pulverizarlos en directo. Su presencia es indispensable para el éxito de Zapeando, un programa inexplicable porque carece de vídeos en que cebarse. Pedroche se incorporó como ingenua en carne y hueso, pero se ha merendado a la feroz Ana Morgade. Esta tensión irresuelta se traslada al plató, ya nadie se toma a broma a la bromista que ha memorizado el repertorio de la Monroe. Sin ánimo de corregir a Bergoglio ni mucho menos a los islamistas, no eres nadie si no te ofenden por internet. Aquí se ha impuesto Pedroche a Mariló Montero, la editorialista de la RTVE del PP. La marabunta recrimina a la presentadora de La Sexta que su peso supere a su coeficiente intelectual, al igual que le ocurrió a Marilyn. La respuesta de la no afectada debería ser estudiada por los spin doctors ministeriales. «No podemos gustar a todos, pero a quien debéis gustar es a vosotros mismos». Y dos huevos fritos, en plató, con la torpeza risueña que desarmaría a un avezado integrista.

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