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J. V. Aleixandre

Para hablar de J. V. Aleixandre como amigo, esta columna no basta; para acercarnos al periodista, quizás valga en la hora de los honores pomposos. Vicent, para mi siempre fue Vicent, halló acomodo inmediato en la crónica deportiva, algo desusado en nuestra época que consideraba la especialidad un desperdicio de la inteligencia. La banda honorífica de «maestro de periodistas», que te suelen endosar en oportunidad en general aciaga, le cuadraba con bastante justeza, pues deja descendencia y, profesionalmente, prohijó y ahijó a muchos. A mí entre ellos y muy pronto. Fue mi primer maestro en vivo, es decir de los que bajan al bar contigo y te enseñan „entre otras cosas„ a jugar a los chinos y a castigarse la nuez con un copazo de brandy.

Al leer los comentarios, ondulantes y agudos, festivos, de J. V. Aleixandre, y dado que no era capaz de captar las claves de una respiración tan libre „Franco agonizaba sin prisas„ hacía lo que todos los monitos: imitar las formas, repetir sus gestos. Entonces no podía saber cuál era su procedimiento que consistía en fajarse, sin más, con cada frase, con cada dato o impresión, temor, certeza o barrunto, para recoger lo que, oportunamente, se convertiría en titular y, una frase detrás de otra, en crónica o columna. El suyo no era un periodismo de adjetivo deslumbrante o frase muy decorada. A veces pensaba en voz alta, por ver si le llegaba alguna asistencia o, quizás, para estar seguro de que el enunciado había nacido resistente a la corrosión. Huía de la solemnidad porque comprendía cabalmente que se trata de una desagradable vecina de la ridiculez y la cursilería.

Lo normal en estos casos es decir que deja un vacío que nadie podrá llenar, una solemne bobada. Cada generación alumbra un portentoso caudal de talento y generosidad: que se sepa y pueda aprovechar o no ya depende de muchos factores, la suerte entre ellos. Vicent sería el primero en suscribirlo y, bon vivant como era, en no admitir ni una sola denigración de la vida, siempre con tanto apetito que, a veces, nosotros mismos somos el menú.

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