Sí, insatisfacción casi general, pero no de todos ni de la misma manera. Eso es lo que emerge de las elecciones andaluzas. Ante todo, la que siente el propio electorado. ¿Un síntoma? La diferencia entre lo que dice y lo que vota. Al concluir la elección, en la encuesta a pie de urna, los andaluces dijeron la verdad sólo relativamente. Parece que muchos se avergonzaran de manifestar que habían votado al PSOE, a quien la encuesta daba una horquilla entre 41 y 44 escaños. Los votantes del PP dieron más la cara. La encuesta de Canal Sur lo hundía bastante menos de lo que al final sucedió, pero este mejor resultado de la encuesta se explica porque, al bajar el PSOE, la ley D´Hondt trataba mejor al PP. Sin embargo, los andaluces mintieron como bellacos respecto del voto a Podemos. Es claro y manifiesto que muchos de los que contestaron en la encuesta que habían votado a Podemos, en realidad lo habían hecho al PSOE, que en la encuesta no sacaba tantos escaños como al final obtuvo. Los de IU fueron veraces.

Una parte del electorado ha votado con vergüenza y mala conciencia al PSOE. Y es para eso, porque Susana Díaz ha hecho una campaña nefasta. Alguien ha dicho que es como el Juan y Medio de la política. Magnífica como presentadora de Canal Sur, dudo que la señora Díaz pueda tener éxito entre un público no habituado a las dosis lacrimógenas de sensiblería y chabacanería de los sufridos televidentes andaluces. Es comprensible que Felipe González la apoye. Abunda en la misma palabrería que él y, para halagar su egolatría personal, todavía es más vacía. En todo caso, quien diseñó esta operación política, un experto en el sistema electoral español, buscaba sobre todo la ventaja de la ley D´Hondt, la única instancia decisiva en esta situación. ¿Cómo explicarnos, si no, que con ciento veinte mil votos menos se obtengan los mismos diputados que en 2012? Bendita ley ésta, que regala todos esos votos. Ahora lo sabemos: el adelanto electoral venía recomendado ante todo por la realista previsión de que el PP se hundiese. Contaba con la certeza de que los votantes socialistas, que se taparon las narices ante Griñán, ya casi asfixiados, seguirían siendo fieles. Así, con el 35 % de los votos, el PSOE tiene cerca del 44 % de los escaños. Esa prima del vencedor, del 9 %, es lo que buscaba el PSOE andaluz. Ahora, junto con la prensa sistémica, puede presentar como un éxito lo que no es sino un fracaso: Díaz ha empeorado en votos respecto de las elecciones de 2012, que ya eran de las más bajas de toda la historia del socialismo andaluz.

El PP, con el 26 % de los votos, tiene el 30 % del Parlamento, una prima pequeña, pero que maquilla en parte la sangría de más de medio millón de votos. Nada inesperado. Desde su comprensión de la política, Rajoy eligió al mejor candidato de los posibles según su concepto. Esto lo llevó a apostar personalmente por Moreno Bonilla, un casi homocigótico suyo, tan plano y frío como él. No era menester un pacto para favorecer a Díaz. Cualquier candidato del PP habría sido bueno para el PSOE. Si alguien quiere tener evidencias de que los estilos, las maneras, las expresiones, las poses, las razones y las formas de argumentar de los hombres del PP son un puro anacronismo, que repase la forma en que un portavoz, Rafael Merino, se comportó el domingo en la Sexta, la manera en que trató a la representante de Ciudadanos, con qué desprecio, arrogancia, sadismo y violencia verbal. Es tal la penuria de la tropa popular, tal su falta de inteligencia, que su portavoz nacional, arquetipo de chico de derecha bien, hizo esta confesión al comentar las elecciones andaluzas: el bipartidismo sigue en pie con el 75 % de los escaños. Desde luego, sí. Y el 61 % de los votos. ¡Viva el bipartidismo aunque al final sea monopartidismo del PSOE!

Esta confesión es absurda, porque la insatisfacción más profunda debería ser la del PP. Todo ha salido a pedir de boca para la construcción sistémica de la política, salvo un pequeño matiz que lo afecta. El PP ya no es necesario para nada. En realidad se ha convertido en una fuerza completamente irrelevante en Andalucía. De hecho, Moreno Bonilla parecía algo porque ha paseado a todo el Gobierno por sus plazas. Ahora ya no es nada. Y todavía será menos, sin duda, porque cada vez resulta más claro que la corriente de fondo de castigar a Rajoy va a ir a más. Todo el reajuste del sistema político español se basa en esa premisa, y Pedro Sánchez „que sale reforzado tanto por el fracaso personal de Susana Díaz como por el éxito institucional del PSOE„, Pablo Iglesias y Albert Rivera tomarán buena nota de todo ello. El electorado que espera hasta las nacionales tiene guardada la misma actitud, sobre todo ahora que sabe que puede dar patadas en el culo sin tener que arriesgar nada con el miedo tan proclamado a Podemos. Basta votar a Ciudadanos. Ese es el mayor contratiempo del PP. Ahora el bipartidismo no es necesario ni pasa por un pacto PP/PSOE, como los genios del sistema han venido reclamando desde hace meses. Ahora pueden dirigir sus iras contra el PP de Rajoy gratis. Y lo van a hacer.

En realidad, nadie quiere a Ciudadanos, pero ahí está, ganando las batallas. Se ha deshecho de Rosa Díez y ha dejado al PP andaluz en la insignificancia. Ayer lunes, el editorial de Prisa recordaba la bicha al mencionar que el partido de Rivera tiene «raíces catalanas». Puede. De hecho, su crecimiento es meteórico desde que el presidente del Banco de Sabadell dijo que se necesitaba un Podemos de derechas. «Pensat i fet». Pero las ganas contra Rajoy y su Gobierno tienen profundas raíces españolas por doquier. Y se harán valer. Aquí está la cuestión central, una que ha desestructurado el discurso de Podemos. Su aspiración a situarse más allá de la derecha y la izquierda la ha roto Ciudadanos. Si algo ha quedado claro en Andalucía es que Podemos se hace con el voto de la izquierda. Sin duda, en el corrimiento de votos que ha tenido lugar, ese medio millón de votos perdidos por el PP, la mayoría se han ido a Ciudadanos. Podemos se ha llevado todos los que ha perdido el PSOE, más los que ha perdido IU, más todos los votantes nuevos. Eso hace su medio millón. Dudo que Podemos se haya llevado muchos votos del PP. Lo que significa que Ciudadanos hace más daño al PP que Podemos al PSOE. Esa tendencia creo que es de futuro.

Tras la irrupción de Ciudadanos, el electorado ha visto a Podemos como una formación de izquierda clásica. Su estrategia de hegemonía hoy parece más difícil. La misma Teresa Rodríguez, que me parece una candidata buena sólo si se quiere dar ese perfil, no tiene motivos para sentirse insatisfecha, pero ha dicho que forma parte de un proceso. Y es verdad. Ya avisé desde estas páginas que Podemos debía prepararse para una guerra de posiciones, no para una guerra relámpago. Ahora sus líderes recordarán sus inicios y fortalecerán las evidencias de que nada es fácil en política. Ya lo han experimentado por la forma en que han sido atacados, tan furiosa y mezquina. Sin embargo, su estrategia electoral en Madrid es la correcta: poner en primera fila a probados activistas sociales, gente que ha defendido opciones de progreso y limpieza en sus ámbitos profesionales, como la jueza Manuela Carmena. Lo que sucede es que esa estrategia, la mejor de las posibles, no dará más que para una horquilla de entre el 19 y el 25 % de los votos, por ahora. No es poca cosa, pero no será lo que los lleve a la posición hegemónica. Así que creo que Podemos deberá ajustar su análisis para reconocer la estructura propia de una sociedad post-hegemónica, muy diferente de sus sociedades de referencia. Esto implicará aumentar su sentido republicano y rebajar su pasión populista.

Por lo demás, sólo el republicanismo le permitirá reflexionar sobre el hecho decisivo, el que explica por qué IU no ha logrado nunca superar el 15 % del electorado. Sin miedo a equivocarme, diré que el motivo fundamental de este techo electoral ha sido siempre la política internacional. El republicanismo es ante todo un proyecto para profundizar en la federación con los vecinos, en un afán por asegurar la paz, la homogeneidad social, y crear los vínculos de una sociedad civil supranacional competitiva y dinámica. Baste recordar el escrito de Kant «Hacia la paz perpetua». La política internacional de IU, como la de Podemos, es una aventura que entrega demasiadas bazas a poderes siniestros y lejanos. Ninguna mayoría española se enrolará en esa causa. El ascenso de Ciudadanos está basado desde luego en que no cuestiona esa agenda internacional. Permite darle una patada a los viejos partidos corruptos, pero desde una ratio hispánica y europea, sin levantar recelo alguno respecto a su alineación en la política internacional, demasiado peligrosa en estos tiempos. De ese modo, puede jugar a un republicanismo de centro derecha. Sin esa homologación en política internacional, Podemos no puede aspirar a un republicanismo de centro izquierda, pero en cualquier caso sí a conformar una izquierda clásica firme, decidida, capaz de luchar contra la agenda neoliberal radical del PP. En todo caso, una izquierda necesaria.