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El bandeo humano de campanas de castielfabib

En el corazón del Rincón de Ademuz, donde se juntan los tres Reinos, el Domingo de Pascua comienzan a celebrarlo a las cinco de la tarde del Viernes Santo cuando los más aguerridos bajan a las riberas del río a por los dos chopos más altos que encuentren para plantarlos en la plaza mayor del pueblo, ceremonia que dejarán para las cinco de la tarde del Sábado Santo, y a cuyas cimas subirán quienes deseen conquistar los premios y trofeos que de ellas cuelgan. Hacen un alto a las diez de la noche del viernes para «el entierro del Señor» y ya no paran hasta el domingo noche, jornada amenizada por una orquesta. «Tranquilos, no nos hemos vueltos locos, hacemos lo mismo de siempre, excepto la orquesta», dice el reclamo publicitario de los organizadores.

Bellísima tradición de un pueblo que es pura historia y monumentalidad con su Iglesia Fortaleza a Nuestra Señora de los Ángeles custodiada por una torre campanario donde anida entre otras «la Guillermina», la campana principal, dedicada al patrón del pueblo san Guillermo, que es volteada por los mozos fuertemente abrazados a ella en sus desafiantes vueltas y compases. Cuando la campana va a iniciar una de sus vueltas, en pleno movimiento saltan a caballo de ella y juntos dan vueltas amarrados a trucha y bronce por sus brazos y sostenidos por sus piernas, a cincuenta metros de altura sobre el suelo. Un espectáculo fílmico que ha dado la vuelta al mundo por lo curiosísimo que resulta.

Cucañas, baile, gastronomía, canto de la aurora a mayorales y mayoralesas, volteo de campanas, Misa de Resurrección y chocolate para todos completarán una mañana de Pascua que se viene celebrando con igual rito desde tiempo inmemorial en uno de los pueblos más encantadores de la geografía valenciana que guarda de forma preciosista sus más ancestrales tradiciones.

De mis correrías por los pueblos valencianos he de confesar que siempre he sentido una especial debilidad por Castielfabib, Castiel para los lugareños, por sus parajes, sus aldeas, sus monumentos, sus historias, sus ruinas conventuales, sus senderos paisajísticos y, sobre todo, por sus gentes, una isla especialísima de humanismo y cultura, con gentes encantadoras.

Me gusta perderme de vez en cuando por el Rincón de Ademuz, que los más mozos llaman República Independiente del Rincón de Ademuz, a la que han dedicado un brebaje especial, el Rira, de no se qué combinación de alcoholes que te ponen bien y festero y con el que te dan la bienvenida a cualquier de las múltiples fiestas que organizan a lo largo del año, por lo general fuera de temporada lo que es de agradecer.

Fiestas que convidan acudir a vivirlas y compartirlas y que nos recuerdan que el Rincón, ese especial Condado de Treviño que tenemos aquí, es también valenciano, con fuertes tintes de las hablas y costumbres de la histórica Aragón.

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