Nuestro ciudadano González es funcionario „que más que un trabajo es una condición vital, dicen algunos„, de la época de Joan Lerma, para ser más exactos. Oye la Cadena Ser „más que nada por no escuchar la Cope como su acérrimo vecino Martínez, el taxista, a quien dedicamos nuestra anterior columna„ y se encuentra en plena crisis existencial con su partido de toda la vida. Nieto de republicanos represaliados por el franquismo, por su edad vivió activamente los tiempos de «No a la OTAN», que luego evolucionaron hacia «OTAN, de entrada, no» y finalmente, pues sí, por supuesto, ¿por qué no? Como militante socialista González siempre había sido fiel a su partido, a pesar de todo. Aunque la verdad es que todavía no ha asimilado que el compañero Felipe acabara de consejero de Gas Natural, una de las importantes empresas del IBEX; algo que, intuye nuestro ciudadano, tiene más que ver con el capitalismo que con el socialismo. De hecho siente que a su partido se le van cayendo las siglas: la «O» de obrero se desplomó hace tiempo y la «S» de socialista anda tambaleándose, mientras que la «P» y la «E», correspondientes a Partido Español, esas siguen bien firmes. Recuerda que cuando hizo falta modificar la constitución a requerimiento de Angela Merkel, se hizo rápidamente pactando con el PP, todo sea por bien de España. También por aquí, por el PSPV, anda más que decaída la «P» de País€ Quizás sean ya otros tiempos y toca renovarse. Pero afortunadamente tenemos algo muy sólido en el socialismo valenciano, sus políticos, ahí sí encontramos una vocación de permanencia envidiable. No se desaniman, a pesar de encajar decenios de sucesivos fracasos en la reconquista del Gobierno de la Generalitat, hasta el punto en que la gente malpensada dice que lo que realmente le gusta al PSPV es estar cómodamente en la oposición, pues gobernar desgasta.

Por todo ello González se encuentra dubitativo ante los próximos comicios, y no sabe tampoco cómo tomarse lo de la candidatura de Ximo Puig, persona afable y cercana. Si aceptar que más vale lo conocido y seguir con fidelidad las tradiciones -de hecho le entró la añoranza y pensó por un momento que también se podría rescatar a Ciprià Ciscar, para que siga habiendo alguien de su biodiversa familia en nuestra política autonómica- o, por el contrario, hacer caso a un sueño que tuvo la otra noche. En él se le aparecía su abuelo enfurecido, y recuerda que le hablaba de no sé qué traición, y de que Iglesias, el fundador, había enviado a un redentor joven, y que por su nombre lo reconocería. Y en esas está nuestro ciudadano, dudando entre la fidelidad a su querido partido opositor, y el rostro indignado de su abuelo en el sueño lúcido, que le hablaba de mirar los hechos, no las siglas o las promesas.