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San Vicente Ferrer, vegetariano y poco aficionado a los conventos

Murió a los 69 años y no fue hasta cumplidos los 50 cuando se tomó en serio lo de su vida apostólica, hasta entonces había estado metido en mil menesteres no propiamente religiosos al servicio de reyes, príncipes y ciudades. Fue consejero y limosnero del rey Juan I.

En Valencia impulsaría (Studi general, 1411) los comienzos de la actual Universidad y el Consell de la Ciutat, preocupado por el gran auge de la prostitución callejera le encargaría pusiera orden en el sector, comenzando por asignarles zona, casas valladas y reglamento en lo que hoy es barri de Velluters. Ayudó a pacificar las banderías entre los Centelles y los Vilaragut. Tuvo que emplearse a fondo por las continuas disputas entre párrocos por los derechos funerarios de los entierros.

Cuando recorría los pueblos predicando, en sus largos sermones algunos de siete horas, acababa la visita recibiendo a gentes enfrentadas y en disputa por asuntos diversos, aconsejándoles la solución a los litigios que mantenían, una función hoy similar a los de los jueces de paz, atemperar, desdramatizar y componer las relaciones cívico-sociales.

Le reclamaban de todas partes cuando se trataba de resolver problemas y conflictos. Estuvo en el centro de las grandes convulsiones de su época, políticas como el Compromiso de Caspe, o religiosas como el Cisma de Occidente. Buen ADN de valenciano, a san Vicente no le gustaba para nada estar encerrado en casa, en los conventos estuvo lo justo, la impresión es que le resultaban pequeños y atosigantes.

A los debates de Caspe, tanto que nos ufanamos y enorgullecemos los valencianos de «nuestro santo patrio por excelencia», no fue a propuesta del Parlament de Valencia „por aquellas fechas, espíritu siempre bereber el nuestro, dividido en dos, «»el de dins i el de fora»„ sino que ante la división el Parlament de Catalunya propuso y el Parlament de Aragó aceptó fuera san Vicente Ferrer el que integrara la terna que tenía que representar nuestro legislativo en las sesiones que debía dilucidar el sucesor a la Corona de Aragón, terna que sancionó el Gobernador y Justicia de Aragón y sancionó la Junta de Alcañiz, que tiró por la calle de en medio ante la eterna falta de consenso de los valencianos.

Lo que le hizo cambiar de actitud y ceñirse a lo estrictamente apostólico fue la visión que tuvo un 3 de octubre de 1398, en el transcurso de una enfermedad muy grave que tuvo, en la que, refiere, se le apareció Jesús y le dijo: «Vicente, levántate y vete a predicar». Es decir, la traducción sería «Tú estate a lo tuyo». Aquella crisis extraña de salud le vino en plena tormenta del Cisma de Occidente, afectado por la gran crisis que vivía la Iglesia con tanto Papa disputándose el solio pontificio.

San Vicente Ferrer gozó durante la mayor parte de su vida de una salud envidiable. Era vegetariano. Sólo en el «delirium mortis» en Vannes, la duquesa de Bretaña que le atendía logró engañarle e hizo que tomara caldos de gallina al verle tan débil. Por lo general, madrugaba mucho y se mantenía en ayunas hasta celebrada misa y terminados sus sermones. Por comida tomaba ensaladas y frutas. Por las noches se acostaba sobre algo duro y por almohada tenía siempre la Biblia.

Dentro de cuatro años celebraremos los 600 años de la muerte de san Vicente „si es que lo celebramos, porque de repente nos ponemos incoloros, inodoros e insípidos como pueblo„ y sería una buena ocasión para que se consiguiera de Roma la declaración del santo como Doctor de la Iglesia de lo que tantos años se viene hablando y pidiendo. Me comentó cierta vez el canónigo e historiador Vicente Castell Maiques, hombre sabio y santo, que el santo no tenía el anhelado título doctoral eclesial, porque a los dominicos no les daba la gana, que interpretado significa no le ponían mucho empeño en remover cielos y tierras para conseguirlo con lo poderosos que son.

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