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Jesús Civera

Que la izquierda se tome una coca-cola

La cabeza de lista de Compromís, Mònica Oltra, propone un Consell integrado por varios partidos de izquierda. Después del fracaso del tripartito catalán, uno de sus impulsores, Carod Rovira, ejecutó una expiación pública: «Nuestro error fue trasladar el Parlament al Govern. Creer que el debate se podía hacer gobernando». La izquierda no aprende de sus errores. Y la izquierda valenciana, menos. Nadie -ni Compromís, ni EU, ni el PSPV, ni ahora Podemos- ha contribuido a fundar un imaginario proclive a lograr una mayoría social para el cambio de color en el Palau. Más allá de las dialécticas enfrentadas, del contraste habitual de posiciones cotidianas, del enfoque en el tratamiento de los asuntos o de las fisonomías versátiles de cada formación, no existe una línea fundacional que hoy cohesione a esos grupos. Un campo de acción político con unos márgenes claros de convergencia por encima de partidismos y personalismos. No lo hay, ni se le espera. Uno de esos líderes me decía ayer. «Nos sentaremos después, con los programas en la mano». Es otro error de origen. Por encima de la letra menuda hay todo un territorio referencial del que ha dimitido la izquierda. Basta recordar a Wittgenstein para prever el fracaso posterior: «Un manual es como una escalera. Cuando llegas arriba, la tiras». Alcanzado el poder -y en este caso el poder es, por el momento, una ilusión fragmentaria-, los programas/programas continuan fomentando los prejuicios iniciales si no se ha abierto alguna senda con anterioridad y se han superado las arrogancias. A la izquierda fragmentada le falta tomar oxígeno en común. Lo que se percibe, en cambio, es una multiplicidad de voces estridentes. Un ejemplo. Oltra y Montiel, si suman más que Puig, están dispuestos a humillar al PSPV y dejarlo en el furgón de cola del cambio. Es una estrategia que amenaza la estabilidad del proceso de transformación, tan galleado por unos y por otros. Relegar a una generosa mayoría con poder de interlocución tanto con las clases medias como con los poderes econónimos, no parece la mejor manera de alcanzar el propósito. Y debilita el radio de acción de la izquierda surgida del desencanto.

El manifiesto que traslada la izquierda valenciana es que está sacudida por intereses contradictorios y abocada a un escenario de choque, abortados todos los canales de comunicación. Cómo se ha llegado a esto mientras se piensa en una victoria colectiva pero -¡vaya paradoja!- arrostrada por las individualidades constituye un misterio. Pero aquí los únicos que hablan, como se vio el jueves en Alicante, son Morera y Puig. Al final, habrá que repetir aquello del francés: nadie está libre de cometer errores, lo penoso es cuando se cometen de forma memorable.

Pueden llamar a Carod, que lo sabe todo sobre equivocaciones.

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