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Jesús Civera

Una tele, por favor

La banalización de la política conduce a que la «tele», en estas elecciones que vienen, se haya convertido en la medida de todas las cosas. Y que los partidos se arrodillen ante la grandiosa deidad otorgándole primicias en plan Belén Esteban. Tal vez aquello que se denominaba la segunda transición -una de las doctrinas de la época de Aznar- se esté manufacturando ahora a golpe de imagenes televisivas y platós de lentejuelas bajo la efigie decorativa de un político. Aseguran los cronistas algo imposible, a no ser que nos encandile el realismo mágico y vaguemos por el cosmos como lucecitas de Walt Disney. Compromís, dicen, podía haber alcanzado un pacto con La Sexta según el cual las facturas de Rita Barberá habrían sido cedidas a la cadena por un período de 24 horas sin posibilidad de difundirlas al universo hasta pasado el tiempo atornillado. Sería, en ese caso, una información entregada a cambio de algo: quizás de un trato preferencial, tal vez buscando encauzar la difusión hacia un sector sociológico afín a su dialéctica política. Resulta muy improbable que Compromís haya actúado de ese modo.

Primero, porque significaría considerar a la sagrada transparencia como un producto más del mercado, un tomate de la huerta. Segundo, porque en lugar de esparcir los detalles de una gestión en la plaza pública, para abastecer a la totalidad de la sociedad, se adjudicarían al mejor postor, obteniendo un lucro político particular. Y Compromís está en otras cosas, no en el modelo imitador de los bla-bla-bla del corazón. Pongo la mano en el fuego, al gigual que la pongo por Ciudadanos ante la especie que circula por ahí y que dice que una agencia estaría surtiendo de cuadros municipales a ese partido. Afiliación vía empresa privada. Una cosa es que digan de Ciudadanos que lo alimenta el Ibex 35 y otra, distinta, que lo apunten a las frivolidades del supermercado de la trivialización como si los demás no transitaran por la misma senda embrutecedora. Aquí todo el mundo daría un brazo, en esta campaña, por salir en la tele, transmutada tal vez en un útero materno. Los de «abajo», como Podemos y Compromís, por aparecer en La Sexta (y los de en medio, el PSPV y EU, también). Los de arriba, como el PP y Ciudadanos, por exhibirse en los canales clásicos, porque la cadena que emergió al calor de Zapatero, que Dios nos lo guarde, no le da cédula de habitabilidad al PP, apenas algún pase de visita. La Sexta es una cadena que ha teorizado mucho el descontento, y hasta el desencanto, que ya es otra cosa, porque raya con la indiferencia o la decepción, algo como más moral. Un «me duele España» del pesado de Bilbao. Pablo Iglesias, sin ir más lejos, tenía dispuesta mesa y mantel a diario en la extele de Roures (dice que votará a Podemos), y así nos íbamos enterando de la trágica música que emitía España -un Requiem atronador- y de lo bien que marcharía, la misma España, cuando gobernara Iglesias, además de observar la natural teatralidad de un genio de las tablas, que es a lo que voy. Lo mismo, Mónica Oltra, pero en versión de pasodoble valenciano y florido. No hay que tomárselo a la infausta manera de Vargas Llosa -la «proliferación del periodismo irresponsable alimentado de la chismografía y el escándalo»-, pero algo de eso hay. Y si los políticos se ponen el traje de la Pantoja también, estamos apañados.

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