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Maldito parné

Como decía ayer, la literatura es denuncia, en clamor o susurro, tanto da: todo depende de la materia que se trate y el estilo interpretativo. En esto que llega Dolorcitas de Cospedal y con el encuentro perfectamente amoroso entre un paraguas y una máquina de coser en un quirófano, o sea con uno de sus celebrados lapsus, nos da la tarea hecha. Como cuando dice: «Hemos trabajado mucho para saquear el país». Dolores, querida, Xavi Castillo no es el único que te echará de menos.

La denuncia, que no prejuzga responsabilidad sino que lleva a la luz lo que bajo ella debe estar, no es un género fácil, si uno no se abandona a la indignación. Una jerezana sonriente, Mayte Crespo, ha sido denunciada por denunciar „somos los campeones de la taumaturgia„ a un panadero que ofrecía 500 euros al mes por trabajar nueve horas al día, todos los días de la semana (luego hablaremos de «la mafia que trafica con seres humanos», como si fueran oscuras cofradías kosovares o torvos montañeses turcos). La denuncia por denunciar al negrero ha sido admitida a trámite, que es como si pillaran al caníbal de Rostov devorando a una de sus víctimas y lo multaran por incorrecta manipulación de los alimentos. Todos (los pobres) somos iguales ante la ley.

En hablando de multas, subrayo que se han puesto muchas en estos últimos tiempos, según las estadísticas (todas mienten), con grandes efectos recaudatorios. A ver: de algún sitio ha de salir el dinero (además de aumentar el déficit público con la consiguiente obediencia debida a los bancos), si los que más tienen, no pagan. Como en la Edad Media. Y los prelados, que llamaban perlados en tiempos de El Tostado, el obispo escribidor, no sólo no pagan, sino que cobran y les ponen, como a Rouco, un piso de galán de Hollywood. También como en la Edad Media. Añadamos a todo eso que el profesor Vicent Cucarella, técnico del Consell, en El finançament valencià, divide las autonomías en ricas y pobres, que pagan o que cobran. Adivinen cuál es la única que es pobre y que, además, paga. En efecto, nosotros mismos.

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