Hace unos años ocurrió con el DDT. De pronto, la sustancia que durante años se llegó a presentar como el oro del alquimista, el que había evitado las hambrunas en el mundo y controlado mortíferas enfermedades como la malaria, pasó a ser una proscrita en busca y captura. Merecidamente, sin duda. Tras el DDT, en muchos laboratorios del mundo se abrió una sospecha inabarcable en la que todas las sustancias base de pesticidas, herbicidas, plaguicidas, aislantes pasaron a ser potenciales homicidas: dioxinas, furanos, clorofuorocarbonos, nicotinoides... y así hasta el infinito.
La penúltima polémica„ es seguro que quedan muchas por venir„ está protagonizada por un herbicida como el glifosato, al que recientemente se ha vinculado con el cáncer pese a la opinión contraria de grandes multinacionales „ para las que el anuncio no tiene ninguna credibilidad„ y también de organismos aparentemente tan serios y científicos como el que ha dado la voz de alerta.
Cabría apuntar, como principio general, que la química ha prestado grandes servicios al ser humano, pero también ha puesto en la atmósfera y los ecosistemas algunas sustancias cuyo efecto real es difícil de evaluar. Ayer mismo, la Asociación de Empresas Gestoras de Residuos y Recursos Especiales firmaba un acuerdo voluntario con la Oficina Española de Cambio Climático para reducir las emisiones del SF6 (hexafluoruro de azufre), el gas fluorado con mayor potencial de calentamiento atmosférico, más de 20.000 veces el dióxido de carbono (CO2). Si ustedes no habían oído hablar de este maligno gas, muchos de nosotros tampoco, lo que no significa que el SF6 , profusamente usado en la fabricación de equipos eléctricos, distribución de energía eléctrica, etc. no estuviera por ahí, agazapado, haciendo de las suyas. Es lo que tiene la Química: salva vidas y hace más amable nuestro día a día pero, a veces, tiene también efectos colaterales ciertamente indeseables.
