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Javier Cuervo

El peorismo

A los que no tienen casa, los ingleses los llaman «sin hogar». Nosotros, más austeros, los llamamos «sin techo» porque al concepto de «hogar» le añadimos las calorías del horno, la comida y la familia, que es mucho pedir y en crisis, más. Es decir que el hogar es mucho más que una casa mientras que el techo es el mínimo reparo contra la intemperie. La aspirante a alcaldesa de Madrid por el PP, Esperanza Aguirre, empapada de espíritu electoral, quiere quitar de la calle a los «sin techo». ¿Para darles un techo, ya que un hogar no lo consigue ni el Estado del Bienestar más avanzado y, por tanto, más odioso? No, quiere limpiar los techos de «sin techo» para que no perjudiquen la imagen turística de la capital y se pierdan ingresos.

La sociedad liberal funciona así: lo primero son los ingresos y lo último, las personas incapaces de procurarse por sí mismo lo que demandan. Lo contrario es buenismo y la señora Aguirre está en las antípodas del buenismo. Aguirre está en el malismo porque su afán no es darles un techo, sino quitarles de la calle, el lugar al que se va a dar cuando no se tiene dónde estar. ¿Te quedas sin trabajo? A la calle. ¿No puedes pagar la hipoteca porque te has quedado sin trabajo? A la calle. La calle, cuando es vocacional, está llena de sorpresas y risa pero cuando es obligatoria resulta dura y triste. Sin embargo, Aguirre dice conocer a personas que, estando en la calle, se las apañan para vivir muy bien. Lo raro es que pese a esa eficacia de supervivencia (tan ambicionada por los liberales) ella se plantee prohibirles la estancia (con lo poco que les gusta a los liberales prohibir, pudiendo dejar hacer).

Cuando la calle es lo último que te queda, si te la quitan sin darte nada a cambio, pasas de ser un sin techo madrileño a sin techo toledano (que pasa noches infames) o caracense (de Guadalajara). Así se alcanza una condición de ambulante, con mala pinta y siempre cargado con bolsas de pertenencias por calles céntricas donde nadie le conoce. Es decir, como un turista pero sin pagar por cada paso ni dejar un rastro de dinero detrás de sí. Y eso, desde el malismo, el peorismo o „ya no digamos el pesimoísmo exacerbado„ no se puede tolerar.

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