Siempre hemos defendido la interrelación entre los conceptos «desarrollo local» y «economía social», en particular del cooperativismo, así como las ventajas colaborativas que ofrecen las diferentes figuras de la economía social para desarrollar vínculos horizontales o verticales en todos los ámbitos económicos, pero en particular en el turístico. Nuestro punto de partida es el concepto de cooperativismo, que se debe entender como movimiento cuya finalidad es dar servicio a sus miembros y al entorno, dando mayor relevancia a las personas y su trabajo sobre al capital. El origen del mismo se sitúa en áreas geográficas locales, lo que permite fomentar el desarrollo local entendido como proceso de crecimiento, de cambio estructural, de mejora del nivel de vida de sus habitantes, transformando su competitividad y productividad de manera sostenible, equilibrada y progresiva.

El sector turístico de interior, que tradicionalmente se desarrolla a través de microempresas, no es consciente de la necesidad de desarrollar estrategias colaborativas que les permitan obtener una mejor visibilidad de las actividades desarrolladas por ellos. El fomento del uso de redes, con el fin de evitar suspicacias entre los propios agentes, debiera fomentarse desde los poderes públicos, bien ayuntamientos, bien mancomunidades€. La colaboración público privada en este punto es esencial, y resulta igualmente esencial que exista un organismo independiente que contribuya a este logro. También a ello podrán contribuir las tecnologías de la información y comunicación que permiten que la cooperación alcance su máxima expresión. De hecho, el sector del turismo de interior o rural tiene una gran implantación tecnológica, lo que ha provocado un amplio giro en dicha actividad. Los productos más clásicos y los contratos turísticos modifican sus condiciones, se amplia la oferta en servicios complementarios, se desarrolla un turismo activo€ Pero se incorporan nuevos peligros, que pueden poner en riesgo el patrimonio cultural, natural o arquitectónico.