Por supuesto que cuando despertó ella estaba allí. El problema es que allí estaba ella cuando terminó el Bachillerato y le operaron de fimosis, fin del oso hormiguero y principio del ciruelo casco troyano. También estaba allí cuando empezó la carrera, un decir, y cuando la terminó por los pelos; ella estaba allí cuando se enamoró por tercera vez, que fue la vencida, y allí estaba ella cuando les nacieron las gemelas. Cuando se fue a Pontevedra a probar fortuna y cuando volvió, ella estuvo allí, a la ida y a la vuelta, y allí estaba ella cuando olvidó el título de Físicas en el cajón de los corchos y abrelatas de la cocina y opositó con fortuna a una plaza de auxiliar administrativo en Canal 9 en un despiste de Vicente Sanz. Allí estaba ella cuando, años después, le aplicaron un ERE de aquí te espero que le dejó 144 plazos de la hipoteca en el limbo económico; y allí estaba ella cuando incineraron a la suegra en un tanatorio con reclinatorios de Ikea mientras sonaba «la cançó de l'enyor» de Lluís Llach. Ella estaba allí cuando la segunda de las gemelas, por orden de aparición, se fue a vivir con su novia Paola a Brindisi. Y cuando la primera hizo voto de castidad con las Descalzas, allí estaba ella. En fin. Cuando cayó en sus manos ese cuento corto como la vida misma, rápido, simple y claro de Monterroso, supo que, para esta ocasión, el uruguayo no anduvo fino: no era sólo que el dinosaurio seguía estando allí al despertar, sino la pesadilla la que no se disipaba, incapaz de distinguir entre la vigilia electoral que acabaría con la pesadilla y el sueño de la fatalidad que alimentaba a la dinosauria.

No es nada personal, ni siquiera impersonal: probablemente no sea nada o algo sin ninguna importancia. Tampoco nada que tenga que ver con la democracia y el derecho que a todos nos asiste de perseverar en la gracia de caer sentada o en la desgracia de que no te soporten. Es un problema de salud pública y de equilibrio mental de la población, algo que está más relacionado con la angustia de la existencia que decide sus propios proyectos y con el hartazgo de los falsos destinos: una cuestión de lentejas, que no es que no estén buenas, que no; que no es que no me gusten, que tampoco; que no es que podrían mejorarse, que seguro; que no es que podrían empeorar, que también. Es que ¡ya está bien de lentejas! Rita, por favor, no ganes; Rita, por favor, no vuelvas. Rita, por favor, no pactes. Rita, por favor, déjate ganar.¿Qué pasaría si cuando despertáramos en mayo, tras la larga noche de los comicios, ella estuviera allí otra vez de nuevo altra volta? ¿Un destino? ¿Sísifo? ¡Nonofotis!

Resulta