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No hay para tanto

Había una empresa que disponía de un sistema fotográfico muy preciso para contar manifestantes. Tal vez les interese saber que la empresa quebró por falta de clientes. La contabilidad se tiñe de la exactitud de las matemáticas: por eso preferimos cualquier otra cosa con el color rosa ilusión de los anhelos. O el color del dinero. Ninguna empresa de sondeos previó que los comunistas japoneses se convertirían en el segundo partido del país. ¿Lo preguntaron? Lo dudo. Los comunistas, como su propio nombre indica, pagan poco. En nuestro país no invitan a los debates de televisión a los partidos emergentes, no vayan a emerger del todo, y en vísperas de las elecciones europeas los talladores y afinadores de tendencias decían que Podemos sacaría un eurodiputado.

Un amigo me enseña un supuesto sondeo en el que el PP valenciano con la ayuda de Ciudadanos obtiene la mayoría exacta, ni un diputado más ¡Qué arregladito! (carcajadas). Claro que para eso EUPV tiene que quedarse fuera de les Corts, lo que tal vez nos indica, a sensu contrario, el voto más útil. Tantos sondeos como clientes y tantos resultados como quieran verse: como en la peluquería. A veces, auguran el reparto de escaños con doscientas conversaciones por teléfono fijo. ¿Se habrán enterado de que no hay un solo joven que lo use? Bueno, a lo mejor, lo eligen por eso. Antes teníamos el CIS y sus datos, dicen, soportaban cualquier examen, pero ahora se cocina la cifra pura con tendencia, recuerdo y voto oculto, conceptos que pertenecen a la parapsicología. Tan fiables como un telediario de Esperanza Aguirre.

Esta confusión procede del prestigio de la palabra ciencia, y no hay para tanto. Cuando empezamos a pensar que la ciencia era más importante que tocar el violín o hablar lituano, se presumió que la sociología o la economía eran ciencias. Y hasta la política y las ciencias ocultas: las únicas ciencias que renuncian a la evidencia. A esta rama pertenecen los sondeos. Son como los arúspices de Julio César que siempre leían una victoria en los mondongos de la gallina, no fuera a cabrearse el jefe.

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