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La quiero

Una señora ha telefoneado a la emisora para narrar que notó que una personalidad que no era la suya penetraba en su cuerpo. Dice que sintió cómo tanteaba el terreno, cómo se acomodaba entre las vísceras, de qué manera fingió no reparar en su presencia.

Las tres de la madrugada. Ataque de insomnio. Enciendo la radio. Una señora ha telefoneado a la emisora para narrar la siguiente experiencia: notó que una personalidad que no era la suya penetraba en su cuerpo. Dice que sintió cómo tanteaba el terreno, cómo se acomodaba entre las vísceras, de qué manera fingió no reparar en su presencia. Tenía la actitud del que entra en un piso vacío. Dice que se encontraba en la peluquería y que le acababan de lavar el pelo. Situada frente al espejo, observaba las manos del peluquero, que sobrevolaban, agitando los dedos, su cabeza. Dice que el peluquero le preguntó si le descargaba los lados y que antes de que le diera tiempo a contestar, se le adelantó la personalidad intrusa. Muy poco, respondió. Dice que, pese a ser la primera vez que ponía su aparato fonador al servicio de una identidad desconocida, sonó como si respondiera ella.

La oyente resulta ser una narradora excepcional (para esas horas de la madrugada, al menos). Dice que las dos identidades acabaron llevándose bien, qué remedio les quedaba. Ahora se hablan, discuten, se equivocan y cada una prepara la comida que menos le gusta a la otra. A la pregunta de la locutora del programa, que tiene curiosidad por saber si el yo que se le ha colado en el cuerpo es de hombre o de mujer, la señora dice que no lo sabe, aunque titubea un poco. Pienso en mí mismo, insomne, vulnerable, escuchando aquella historia loca contada con una naturalidad ominosa. Dice la señora (la dueña del cuerpo) que miró las esquelas del día de la invasión, por si hubiera sido penetrada por el alma de alguien interesante. Pero que era toda gente con la que no se identificaba: un general, un subsecretario, un exministro de Exteriores€ Mala suerte, se queja, de que no se hubiera muerto ninguna actriz famosa.

En ese momento se va la corriente y enmudece la radio. Cojo el móvil, enciendo la linterna y corro al cuadro eléctrico, que se encuentra en el pasillo. Le doy al interruptor hacia arriba y regresa con un chasquido hacia abajo, como si hubiera algo haciendo cortocircuito. A la décima vez, creo, o la undécima, se queda en su sitio, pero llego a la cama cuando ya están despidiendo a la señora con dos almas. La quiero. Quiero ser una de sus almas.

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