Gabriela y José se han separado. Se han separado porque no echaron suficientes troncos a la lumbre en las frías noches de enero. No olvidemos que Gabriela, durante cuatro años, no quiso saber nada de hombres. Antes de esta relación, estuvo casada cinco años. Felizmente casada, hasta que descubrió que su ex „el mismo que le regalaba bombones de Mercadona el día de Nochebuena„ se acostaba con Andrea, una compañera de oficina. Una hostia en toda regla, para odiar, durante una larga temporada, al mejor de los galanes.

Después de la noticia, recibí un wasap de Manolo. Manolo es un viejo amigo que conocí en la Cruz Roja. Nos conocimos allá por el noventa y seis, cuando hicimos la Prestación Social Sustitutoria. Aunque no nos parecemos en nada „él es de derechas y yo de izquierdas; él economista y yo sociólogo; él rubio y yo moreno; él creyente y yo ateo; a él le gustan las morenas y a mí las rubias; a él le gusta el baloncesto, a mí, el atletismo„ entre los dos, hay una cosa que nos une. Esa cosa es la tolerancia. Podemos hablar de política, economía y religión desde trincheras enfrentadas. Podemos tirarnos los platos como dos jubilados después de treinta años de casados; pero a los pocos minutos, somos como jugadores de rugby. Tenemos el tercer tiempo, donde nos tomamos un par de cervezas, y tan amigos como siempre. Pues bien, quedé con él para tomar un café en el África. Durante el café, le conté el chisme de Gabriela y, no sé como demonios, terminamos hablando de política.

Manolo es un conservador de pura cepa. Viste con camisas de marca; peina a lo Nicolás; ha estudiado en un colegio de curas y, siempre ha defendido que la mejor política social es la economía. Recuerdo que en los tiempos de Aznar, su ídolo era Rato. Tanto es así, que estudió ciencias empresariales en una universidad de pago. Cuando lo vi, le pregunté „con toda la maldad del mundo„ por su amiguito Rato. Me dijo que estaba muy desengañado con el pepé. Tanto, que se estaba pensando seriamente si no acudir a votar, si votar en blanco o, votar a Ciudadanos. Ciudadanos era la alternativa perfecta para castigar al PP sin traicionar a su ideología. Su desengaño con el pepé era el mismo que sentía Gabriela con los hombres. Un desengaño basado en la frustración, que sienten los enamorados cuando su pareja no cumple con las expectativas.

Cuando llegué a casa, puse la Sexta; estaban hablando de Monedero. El cofundador de Podemos se sentía «totalmente traicionado» por los suyos. Según el politólogo, Podemos se parecía cada día más a «la casta». Tras la noticia, le envié un wasap a Jacinto. Decía así: «Monedero abandona a Pablo». Jacinto es un forofo de Pablo Iglesias. Tanto es así, que cuando habla de política, simula hasta el mismo tono de voz que el coletas. Para él, Monedero es el Alfonso Guerra de los tiempos de Felipe. Jacinto me responde: «Se ha producido la primera crisis de la pareja». La misma que sufren muchos enamorados cuando cumplen el primer año de casados, le contesté.