Ayer se cumplió el cuarto aniversario del terremoto de Lorca. Son ese tipo de noticias que tienden a ser olvidadas, tragadas por la vertiginosa evolución de la actualidad. El terremoto tuvo lugar en plena crisis económica y en la campaña de las municipales y autonómicas y estas circunstancias, entre otras, le restaron protagonismo. Conocí a Antonio Beltrán hace más de 20 años, en una época en la que los dos éramos estudiantes, él de Derecho y yo de Geografía e Historia. Retomamos el contacto, por un amigo común, hace un año. Él se había convertido en un periodista «de proximidad» que había vivido de cerca los terremotos de Lorca, como corresponsal local de la desaparecida televisión regional de Murcia, y yo impartía una asignatura titulada «Riesgos naturales en los mass media y en la red», en el Máster de Planificación del Territorio y Riesgos Naturales. En la conversación que mantuve con él hace un año me llamó la atención su forma de contar lo de Lorca, su falta de sensacionalismo, su empatía, su empeño en mantener vivo este hecho. Pensé que podía ser una buena idea que nos contara su experiencia en clase, como ejemplo de lo que debe ser un buen periodismo de este tipo de eventos, y no me equivoqué. Beltrán insistía en que a las tres funciones tradicionales del periodismo (informar, formar y entretener), se le debía sumar, en estos casos, la de auxiliar. Explicó su experiencia personal ya que, como periodista local, figura que él y yo reivindicamos, no solo lo vivió como cronista sino como víctima. Con modestia, vinculó su forma de hacer periodismo no a una virtud, sino a una necesidad. Él no podía comportarse con el sensacionalismo y el divismo con el que se actúan algunas figuras del «amarillismo» nacional porque, tal y como insistía una y otra vez, él tenía que seguir viviendo en Lorca. Para seguir trabajando como periodista no podía practicar una política de «tierra quemada», tenía que seguir contando con el respeto de sus convecinos. No dudo del peso de estas razones en su conducta pero él, que contó este minusvalorado desastre con serenidad y empatía, tiene cualidades especiales para hacer un buen periodismo de riesgos. Coincido con él, no hay que olvidar a Lorca, sigue habiendo problemas por resolver.