Las políticas, nacionales, autonómicas y locales del Partido Popular, victorioso frente a la incompetencia del gobierno de Rodríguez Zapatero, se han caracterizado por alinearse con las propuestas más ultraliberales, que defendían la cancelación de los servicios públicos y la malversación del Estado de bienestar. Eso, unido a su cleptocracia, incapaz de poner freno a la corrupción de una amplia minoría de dirigentes y altos cargos, será la explicación de su retroceso electoral en los inmediatos comicios.

No busquen teorías conspiratorias ni traten de aferrarse al llamado desgaste del poder. Lo que puede pasar a partir de las elecciones es la liquidación de una manera de entender la política y la economía que pone a buen recaudo los privilegios de unas pocas empresas y personas y dinamita las clases medias, relegando una buena parte de la ciudadanía a la pobreza y la marginalidad, y el resurgir de la confianza de los electores en la política y las instituciones.

Lo peor para el PP es que, por mucho que trate de aferrarse a la posibilidad de ser la fuerza más votada, en los reductos en los que los pesebres del poder criaron electores agradecidos, para gobernar necesita contar con la mayoría absoluta y de poco valen sus cábalas de apoyos de C´s o de la posibilidad de una gran coalición con la vieja guardia corrupta del PSOE para cubrirse las espaldas mutuamente. Recuerden los electores y los miembros del partido la soledad final de Fraga en Galicia, cuando perdió por un escaño la mayoría absoluta y con ello el gobierno. Esa, que no otra, es la maldición del PP.

En el momento actual, si hay algo en lo que coincide la mayoría de los candidatos es en la negación de pactos con el PP. Eso es algo que deberían aprovechar los ciudadanos para exigir a los nuevos gobiernos una auténtica austeridad en el gasto corriente de la administración, eliminando diputaciones, delegaciones del gobierno y de los ministerios e incluso ministerios que han quedado sin competencias y poniendo coto a la malversación de caudales públicos de las autonomías en competencias de las que carecen, como las de política exterior. De poco serviría desbancar del poder a un partido para mantener sus mismas políticas o las de sus antecesores y mal lo tendrían las nuevas fuerzas, apoyadas por la indignación ciudadana, para pactar a cambio de unas pocas prebendas o un puñado de funcionarios o altos cargos de su formación.

El panorama electoral se me antoja enormemente estimulante y aunque el éxito relativo del PSOE en Andalucía no sea un augurio demasiado bueno, confiemos en que los nuevos dirigentes de éste y de otros partidos sepan escuchar el clamor de la calle y reorientar sus políticas. De lo contrario, difícilmente saldremos fortalecidos de la crisis como nación y como sociedad.