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Jesús Civera

El 25M seguirán las dudas

Si las urnas del 24M recogen lo que transmiten las encuestas, una evidencia demoledora coronará cualquier posible resultado: tras el cierre de la jornada persistirá el dilema preelectoral. La incertidumbre política abastecerá este Reino, como lo hace ahora mismo. Será un balanceo en el filo del precipicio, unos comicios en suspensión, la fiesta de la democracia inacabada. Un «coitus interuptus» plebiscitario. Hace ya mucho tiempo que el clima político valenciano pedía -exigía- unas elecciones redentoras. La limpieza protagonizada por Fabra, pongamos por caso, su bisturí frente a la corrupción, solo podía actuar como un placebo puesto que le faltaba el contraste de la calle. En eso tiene razón Ximo Puig: la regeneración del Consell, hacia un color o hacia otro, es ilusoria si no la administra un cambio político. No puede haber higiene sin mutación. La transformación esbozada ha de legitimarla la ciudadanía, aprobándola o rechazándola. Y para eso están las urnas. Fabra ha propuesto, desde el Palau, una condición necesaria, pero el certificado de suficiencia lo confiere un elemento exógeno a su propia gestión: la pulsión social. La dinámica política valenciana lleva mucho tiempo atrapada en una moratoria: tiene muchas dificultades para salir de la habitación irrespirable en la que se halla. Viciada y sofocante, da círculos sobre sí misma. Alguien ha de abrir las ventanas.

¿Es el destino del 24M? Las dudas son enormes. Y no se vislumbran signos aclaratorios. El desenlace oscila -al igual que en el referendum de la transición política- entre el simulacro de la reforma o de la ruptura, puestos a caricaturizar la idea. Y ambas soluciones no están llamadas a despejar las incógnitas. La reforma abrazaría un gobierno del PP con el apoyo de Ciudadanos. La ruptura circunvalaría sobre un imposible gobierno del PP. El 24M no va a resolver los grandes temas pendientes, a juicio de los sondeos, que constituyen un canto a la vacilación. Y el electorado, por si faltaba algo, no cesa de enviar mensajes a los partidos para que le alivien sus dudas. Su desconfianza tiene nombres y apellidos: una diversidad desconcertante y una fragmentación letal. Lo que confirman los sondeos es un atolladero sociológico colosal. No se quiere estar con el PP pero tampoco sin el PP. Se quiere estar con la izquierda pero se la invita a una división asesina que quizás imposibilite una alianza. El mapa es diabólico. Basta observar Andalucía para contradecir los elogios unánimes sobre la multiplicidad de partidos y el nuevo paraíso de los consensos políticos. A la hora de la verdad, ese discurso ha estallado, y quizás haya que repetir las elecciones pese a la victoria holgada del PSOE. Ahí nadie es capaz de ponerse de acuerdo porque priman los intereses partidistas, lo que es una patada a la gobernabilidad. ¿Sucederá en la CV si el PP o el PSOE no son capaces de dominar la escena? Las elecciones generales dificultan la solución: Podemos y Ciudadanos mueven sus hilos según esa luz cegadora.

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