En algunas ocasiones la naturaleza tiende a recordarnos que, al igual que es el estandarte de belleza en nuestro planeta, también posee una faceta cruda y temible. Por azares geográficos, los países en vías de desarrollo son, en la gran mayoría de casos, los auténticos testigos de este hecho. Muchos de ellos se asientan sobre contornos de las placas tectónicas, zonas de gran actividad sísmica como el Cinturón de Fuego del Pacífico o se localizan próximos a volcanes activos. Y otros, como Nepal, se encuentran sobre cordilleras bajo las que duermen grandes placas tectónicas que, al chocar el pasado 25 de abril, produjeron un devastador terremoto de 7,9 grados en la escala de Richter. Si bien Indonesia en 2004 o Haití en 2010 sufrieron fenómenos similares, pocos de ellos han vivido un segundo terremoto de igual o semejante magnitud semanas después del primero. El pasado martes, mientras Katmandú y sus habitantes volvían a la calma y comenzaban a reconstruir su país, los sismógrafos registraron un temblor de 7,3 grados cerca de la base del monte Everest. Este segundo seísmo fue de tal magnitud que las mediciones de la NASA revelan que algunas zonas de la cordillera del Himalaya se han llegado a desplazar hasta 6 metros a consecuencia del fenómeno. El hecho de llover sobre mojado sumado a la dificultad logística del aeropuerto internacional de Katmandú, hacen de este acontecimiento la mayor tragedia ocurrida durante los últimos 80 años en Nepal. Por otra parte, el azar ha traído estos terremotos pocos días antes del 62 aniversario de la primera ascensión al techo del mundo, el monte Everest, coronado por primera vez el 29 de mayo de 1953. Y, al igual que hicieron Edmund Hillary y Tenzing Norgay llevando a cabo una proeza única, debemos confiar en que los nepalíes, con la necesaria ayuda internacional, serán capaces de realizar algo único reconstruyendo uno de los países más bellos del mundo.