El combate cuerpo a cuerpo llega a su final. Los aspirantes al trono electoral pelean con la bayoneta calada. Sus disputas, las peleas entre candidatos, se escenifican en plazas de toros, en foros mediáticos y, sobre todo, en redes sociales. Sus pugnas obligan a bombardear las posiciones enemigas con la paga de los jubilados, los recortes a los dependientes, las ayudas a madres con varios hijos o con sucesivas alertas al inconsciente colectivo del pueblo llano, repleto de temores ancestrales que proceden directamente de la selva donde se pergeñó hace la tira de años nuestra especie o de la cueva donde se pintó el primer grafiti reivindicativo. Todos los demandantes de empleo político, los opositores a cargo público, se niegan a reconocer que están optando a una profesión de alto riesgo.

La sobreexposición de los políticos es una servidumbre difícil de soportar; sin embargo, a la mayoría les mola. Ese veneno les contamina todo el organismo, quizá de por vida. Y comienza la peligrosa aventura vital. En cuanto tomen posesión del cargo empezarán los sobresaltos matutinos al leer el periódico. Muchos políticos tienen una cara oculta que les desagradaría que fuera conocida por el gran público. De los catorce altos cargos valencianos salpicados por la corrupción hay, por un simple cálculo estadístico, muchísimos colegas y mandos intermedios que se han librado por los pelos de ser pillados.

Cualquiera tiene algún asuntillo en su biografía que desentona con la corrección debida y que no le dejará dormir tranquilo durante toda la legislatura. Los hay que tienen dinero escondido en lugares poco recomendables, los hay que han cobrado en negro servicios impropios, los hay que son accionistas interpuestos en sociedades opacas y algunos otros que no paran de tirar mano de testaferros, que, en algunos casos, llevan prendido en la corbata un micrófono oculto.

Todos han aparcado los calentones, todos están siendo muy prudentes y moderados ante un horizonte postelectoral más incierto y plural que nunca. Algunos habrán puesto sus bienes a nombre de mujeres e hijos y rezarán cada día para que no les pillen una falta que pueda abochornarles. Otros, incluso, suspirarán aliviados si no salen nominados el domingo. Los que no resulten agraciados se quedarán sin saber jamás si era fácil o difícil resistirse a la tentación de un jugoso soborno, si se podía rechazar tranquilamente una cuantiosa comisión, o si uno estaba vacunado o no contra la corrupción nuestra de cada día. Los perdedores siempre encuentran consuelo en algo: la revancha. Sus siglas, a finales de año, volverán a competir en las generales: podrán salir nuevamente a conquistar las plazas y mercados.