Hay coincidencia en que ha llegado la era del pacto. Muchos órganos de gobierno tienen que ser decididos entre varios partidos. Se dan por hechas ciertas alianzas, pero habrá que ver lo que están dispuestas a ceder las formaciones políticas. Casi todas se creen con derecho a priorizar su programa, e incluso a gobernar, invocando presuntos deseos de los votantes. Y así resulta difícil pactar. Se muestran proclives a dialogar, incluso a negociar con los más próximos, pero anuncian que no van a ceder ante quienes no acepten unos mínimos. Son las líneas rojas, cuyo traspaso identifican con una traición programática. El problema se va a plantear cuando estas líneas rojas colisionen con las de otros, o estos no estén dispuestos a aceptarlas. ¿Romperán la baraja y dejarán gobernar a terceros?

Los pactos de gobierno, incluso los adoptados entre formaciones con similares intenciones e ideas políticas próximas, implican una ardua labor. Una vez salvado el escollo de las líneas rojas, aún quedan serios inconvenientes para alcanzar un acuerdo estable y suficiente. Son muchos los campos de acción de un gobierno, muchas las competencias a repartir. Además, habrá que decidir quién preside, cómo se configura el equipo de gobierno, cuántas delegaciones va a tener, cuántas consejerías y qué atribuciones van a desempeñar. Habrá que prever quién va a dirigir cada área de gestión, qué ocurre con las entidades y organismos instrumentales, tales como fundaciones, empresas públicas o consorcios. Habrá que acordar el nivel de dedicación y salarios de los altos cargos, así como los representantes en órganos estatales o autonómicos y el número y distribución de puestos de asesores. Etcétera.

El asunto se complica cuando se va a gobernar conjuntamente en diversas entidades. ¿Habrá múltiples pactos singulares, o grandes acuerdos generales o territoriales? Lo ideal parece que sería llegar a acuerdos marco, y después descender a pactos singulares, atendiendo a las peculiaridades de cada gobierno concreto. Evitando vendettas o que alguien se desmande en alguna periferia. La gente no entendería criterios demasiado divergentes en distintos sitios. Los acuerdos, siempre escritos, no deberían ser ambiguos ni dejar vacíos por rellenar, estableciendo sistemas de seguimiento y control. El futuro debe quedar despejado. Los ciudadanos desean gobiernos congruentes y estables. No quieren volver a votar dentro de poco tiempo. Si abominaron de la corrupción, ahora no van a admitir arbitrariedades a causa de egoísmos partidistas o de los líderes políticos. Tampoco van a tolerar burdas componendas o meros cambios de cromos. Y, en tiempos en que se preconiza la transparencia, querrán conocer el contenido de los pactos.