Seis días antes del 24 de mayo, en los mentideros empresariales se propagaba que el Partido Popular iba a conservar el poder tras las elecciones. Una lectura sesgada daba por bueno lo improbable. Los asesores anunciaban que no ocurriría nada que alterara el statu quo de organismos e instituciones. La vida seguiría igual. Se extendió una sensación de alivio ante los augurios de las encuestas. Se repetían vaticinios de que ni plebiscitos soberanistas ni traspiés electorales amenazaban la estructura de poder. En el peor de los casos, una alianza entre PSOE y PP, en virtud de un hipotético pacto de Estado „¿de qué Estado?„ pondría fin antes de nacer a la eventual alianza progresista destinada a cerrar el ciclo de varios lustros de gobierno conservador. En esos días no se tuvo en cuenta que la suerte estaba echada.

Quien no acepte la posibilidad de gobernar en coalición desconoce la esencia de la democracia. Eduardo Galeano, en Los hijos de los días, dejó escrito: «Yo no viajo para llegar, viajo para ir». ¿Desde cuándo la gobernabilidad depende de que manden los partidos más votados? ¿Por qué la derecha, que incluye en nuestro caso a la extrema derecha, tiene la exclusiva para garantizar la estabilidad del país? ¿Quién es más radical, quién es más nacionalista? ¿Quienes recurren a las raíces de un país descorajat para recomponerlo o quienes gobiernan, desde la intransigencia, lanzando consignas foráneas? Madrid radical, siempre Madrid. ¿Quién condena al ostracismo la lengua que es el patrimonio más intrínseco de un pueblo?

Estamos ante un cambio social y político que conviene administrar. Nuestra cultura es cultura de pacte i entesa. La Comunitat Valenciana es la gran desconocida. Minusvalorada por la mayor parte de los grupos mediáticos que huyen como ratas. Carecemos de quien nos narre. No hay quien nos entienda. El marco autóctono es un reducto exótico donde se concentran los males que minan la vida pública. Estamos de moda por el surrealismo de cuanto ocurre en nuestro entorno. Hemos tenido un president de la Generalitat „Alberto Fabra, ajeno a su lengua„ desde 2011 que nunca tuvimos la oportunidad de elegir. Sin más legitimidad que la que otorga el jefe del partido político centralista que ganó las elecciones mediante la utilización de financiación irregular y corrupta. Exiguo bagaje para gobernar un país digno de mejor destino.

No hay peor síntoma que el silencio de los pueblos. El silencio interiorizado y asumido. El silencio que evocó Teodor Llorente i Olivares en su discurso de Elx en 1908. El silencio „Valencia, la gran silenciada„ que denunció Martí Domínguez Barberá en 1958. El silencio que sobrevoló en la obra completa „siete volúmenes„ de Joan Fuster desde la publicación de Nosaltres els valencians, en 1962. El silencio que desveló en Un país sense política, en 1976. El silencio humillante que marcó a fuego todos los momentos y los rincones de la dictadura franquista. El silencio de una sociedad inerme ante la pasividad de sus dirigentes intelectuales, políticos y empresariales. Silencio cobarde dentro y silencio interesado fuera.

El vuelco electoral de mayo de 2015 es lógico, previsible, contundente y comedido „como es la sociedad valenciana„ en sus efectos con respecto a sus causas. Falta asumir las consecuencias e interiorizar los resultados. La debacle no se ha de limitar a los políticos y a los partidos que condujeron la Comunitat Valenciana a este nivel de incompetencia y de indignidad. La crisis que ahora eclosiona se formalizó a partir de la renuncia forzosa de Francisco Camps de la presidencia de la Generalitat en 2011 y la permanencia del dimisionario en las Corts Valencianes, en su escaño de diputado. ¡Vaya espectáculo, rodeado de sus colegas de fechorías! El colofón fue su elevación a consejero en el Consell Jurídic Valencià, donde se encastilló con sus partidarios para combatir a Alberto Fabra, su sucesor en la Generalitat. Ni desde la calle dels Cavallers ni desde Madrid, a pesar de que se encendieron todas las alarmas, fueron capaces de poner orden ni de acabar con la insurgencia que minó la credibilidad del PP.

Ni los empresarios, representados por sus dirigentes, ni los entes intermedios de la sociedad, ni las jerarquías religiosas fueron contundentes para denunciar cohechos y comportamientos detestables. Inaceptables desde la perspectiva social y económica. Censurables desde la ética, cuando han sido perseguibles como delitos tipificados en el Código Penal. Sorprenderse a estas alturas de que los ciudadanos hayan dicho basta es muestra de estupidez, de cinismo o de ignorancia. Los silencios son elocuentes y a menudo cómplices. La nueva situación es la oportunidad insólita para recuperar la convivencia entre los valencianos. Nadie tiene derecho a condenar este pacto al fracaso. Ni aquella oposición que no supo ejercer como tal.