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Un desengaño

El Ritz se ha popularizado mucho. Ya puede entrar cualquiera. Digamos que desde que pude entrar yo, perdió toda su magia para mí. Para mi consciente, quiero decir. En mi inconsciente sigue funcionando como un espacio mítico.

Hay alguien que ha comprado el hotel Ritz de Madrid porque hay alguien que lo ha vendido. No importa quiénes, lo importante es que ha sido objeto de una transacción económica. Siempre creí que el Ritz no tenía dueño. Que era un producto de la naturaleza o de la cultura. Entiéndase: siempre creí esto de manera inconsciente (no soy completamente idiota). Racionalmente hablando, sé que tiene un director, un jefe de personal y un ejército de trabajadores, seguramente mal pagados. Soy consciente de todo ello pero lo reprimo sin darme cuenta. He de comentárselo a mi psicoanalista. Pablo Iglesias, en uno de esos desayunos que organizan en el Ritz los diarios económicos, vino a decir que le parecía un milagro haber llegado allí en una condición distinta de la de camarero y de ladrón de abrigos de piel. Sabía de lo que hablaba.

Cuando éramos niños, siempre que pasábamos por delante del Ritz, los mayores estaban a punto de hacer una genuflexión, como en la iglesia. No la hacían con el cuerpo, pero sí mentalmente, y nosotros leíamos la mente. Había entonces una leyenda según la cual para entrar en aquellos salones no bastaba con ser millonario. Tenías que poseer título, y no título universitario, sino de nobleza. Imaginen el respeto con el que observábamos al vigilante de la puerta, disfrazado de general austrohúngaro o así. El Ritz, como el infierno, no era un lugar, sino un estado. Todo cuanto había a su alrededor tenía que ver con el mundo de las cosas, mientras que el famoso hotel pertenecía al mundo de las ideas.

Ya de mayor, he acudido a alguno de esos desayunos económicos (aunque ignoro cuánto cuestan), además de a diversos actos literarios. Significa que el Ritz se ha popularizado mucho. Ya puede entrar cualquiera. Digamos que desde que pude entrar yo, perdió toda su magia para mí. Para mi consciente, quiero decir. En mi inconsciente sigue funcionando como un espacio mítico. Como si, más que en la realidad, se encontrara dentro de una película. Quizá sea eso lo que han visto sus compradores: una película de casi 200 millones de euros. Es mucho dinero, sí, de acuerdo, pero, como decía Julio Iglesias, todo lo que se puede comprar con dinero es barato. Un desengaño, en fin.

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