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Jesús Civera

Roto el pacto, que alguien lo cosa

Nadie, a estas alturas, se debería llamar a engaño. O conformarse con el argumentario que vuelcan los partidos sobre la opinión pública. Si alguien relaja el sentido crítico y se inclina ante lo que se está diciendo -en lugar de apartar el polvo de la paja- puede acabar en un estado de idiocia total. El supuesto pacto entre las izquierdas valencianas sobre el sedimento del programa/programa resulta, de entrada, una engañifa. Una especie de estafa que parte de la buena voluntad. Sólo que las buenas voluntades no impiden que, al final, la estafa continúe siendo una estafa. Desde que lo narró por primera vez Heródoto, los tiernos planes sobre el bien común, en este tipo de embrollos, son fantasmas que intentan enmascarar otros objetivos: lo que se dilucida nada tiene que ver con las virtudes sino con las parcelas de poder y los territorios de dominio. El otro día se encontraron Ximo Puig, Mònica Oltra y Antonio Montiel. Bien. Aplausos. Zanjada la reunión, el trío había entregado al mundo cinco principios: lucha contra la pobreza, lucha contra la corrupción, regeneración democrática, cambio de modelo productivo (muy difícil), dignificación de los servicios públicos y reivindicación de la financiación. El esfuerzo es absurdo; la conclusión, impúdica. ¿Quién puede estar en contra de ese credo? Ni el PP se opondría. Ni sus legiones de democristianos, ni sus falanges de liberales. Lo aplaudiría hasta el Partido del Porro, si es que aún existe. ¿Entonces? ¿Qué ocurre? Ocurre lo inevitable: que la verdad se adultera para que transite la propaganda. Que las izquierdas usan el simulacro de la retórica como arma política y se prestan al fingimiento. Y que la ausencia del acuerdo conduce al descrédito de la política y al hundimiento de las esperanzas (tontas, o no, esperanzas al fin).

Aquí no hay controversia sobre los programas, puesto que, como demuestra la estadística, el 95% de los papeles de Compromís y el PSPV coinciden. Aquí se engalana un escenario para representar un sainete mientras se ventilan los vasallajes y los territorios. Es la estrategia del embaucamiento. La emplean las derechas modernas, con ella operaban los zares. Dado que ese canon es el dominante -el programa como justificación del reparto de sillones-, hay que recurrir a Proust para que nos explique lo que sucede: «Lo que une a las personas no es la identidad de pensamiento, sino la consanguinidad de espíritu». Ximo Puig y Mònica Oltra no se han visto las caras desde el 24M. Viven en Valencia o alrededores, se dedican a la política, son los protagonistas encargados de rodar el nuevo sueño valenciano, y sin embargo no se han sentado a tomar un café y a hablar. Sin palabras todo esfuerzo es vano. ¿Lo podría explicar Proust? Claro, pero descendería hasta el alma y sus secretos. Lo narrarían de forma más digestiva los teóricos del poder. Proust quizás meditaría sobre el desprecio al electorado; Maquiavelo, sobre la biología de la ambición. En todo caso, no es posible explicar el desencuentro eléctrico a siete días de la constitución de las Corts. La ausencia de diálogo aboca al recelo y la desconfianza, el elemento más hostil para esbozar un proyecto común (y todo proyecto lo levantan unas personas, las que sean). A día de hoy, el posible pacto entre Compromís y el PSPV está roto. Quizás alguien lo cosa aún. Pero se habrá de dar prisa.

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