Que los ministros de Economía de Francia y de Alemania publiquen un artículo conjunto defendiendo que se refuerce la distinción entre la zona euro y la Unión Europea, que se proponga avanzar en un gobierno fuerte para el euro, que se pida dar un paso al frente a los que quieren coordinar una cooperación reforzada para homogeneizar políticas fiscales y económicas, y que se pida cambiar la forma en que funciona la Comisión y el Consejo, todo esto no puede ser humo de pajas. Por supuesto que revela la voluntad de configurar un núcleo duro de la Unión y supone asumir que va a ser necesaria una Europa de las dos velocidades. Todo esto es una vieja tentación, pero suena a algo nuevo en la actual coyuntura. No sé si esas declaraciones ofrecen un escenario B diferente del actual. También es posible que obedezca a una situación real de desconcierto.

En todo caso, la propuesta revela la necesidad de revisar el esquema geopolítico sobre el que se ha levantado Europa. Resulta más que verosímil pensar que Europa se ha introducido en un sendero que está más allá de sus posibilidades de intervención. Al menos tres frentes quedan en el aire y no se atisban formas de tratamiento adecuado. El primero, el frente oriental. No sólo está todo empantanado en Ucrania, sino que las tensiones y pulsiones nacionalistas de países como Polonia y Hungría muestran que estamos hablando de sociedades con una placa tectónica diferente de las centro-europeas. Sea como sea, y evolucione c0mo evolucione, la guerra de Ucrania dura demasiado y no se puede ganar. Es una mala noticia para los Estados orientales y para la credibilidad de la UE. La estrategia rusa es demasiado eficaz y juega con el largo plazo, para mermar la confianza y la credibilidad de la ayuda europea. La noticia es que la Unión no sirve en caso de conflicto y que sólo América está en condiciones de tomarse en serio sus alianzas. El mensaje llega directo a las cancillerías de Varsovia y de Budapest. Es falso, pero verosímil.

Desde luego, alguien con voluntad de resistir al euroescepticismo podría hacer una lectura piadosa. Diría así que la UE fue empujada a entrar en este conflicto por Estados Unidos. Esta lectura no es más alentadora. Sería tanto como confesar que la UE no estaría en condiciones de oponerse a los cursos de actuación geoestratégica que la debilita. La pregunta ulterior „por qué Estados Unidos somete a la UE a un escenario en el que ella no puede actuar con solvencia„ implicaría interrogarse por qué Estados Unidos tiene interés estratégico de debilitar a la UE. En todo caso resulta evidente que la semilla de la desconfianza se ha instalado entre los grandes espacios que son los candidatos a organizar la vida política del planeta. Y lo hará cada vez más, según se vaya construyendo la agenda del futuro.

Resulta evidente que la UE, que se muestra tan débil en el asunto de Ucrania, está tratando a Grecia como un país enemigo. Muchas hostilidades han surgido en el mundo por la exigencia de cobrar la deuda. Los acreedores en muchas ocasiones han funcionado como agresores, haciendo buena la protesta de Burke de que un Estado es algo más que una sociedad de acciones. Desde cierto punto de vista, la UE tiene derecho a parar la hemorragia de ayudas que ha entregado a Grecia. Por eso, es preciso que este país cambie algunas de sus normativas fiscales, económicas y funcionariales, que eran las propias de una sociedad arcaica y llena de privilegiados. Pero es del todo punto insensato que esta intervención europea, que altera la constitución económica griega de fondo, se haga coincidir con la exigencia imperativa de pagar una deuda que, de hecho, se ha contraído mientras la misma Europa alentaba una mentira colectiva. En estas condiciones, el problema griego no tiene solución, si es que alguna vez la tuvo. Hoy lo sabemos. Lo único que nos queda por averiguar es si Europa prefiere castigar a Grecia por no pagar sacándola del euro, o si le da la oportunidad de reformarse gradualmente. Lo que en todo caso no puede pretender es cobrar una deuda impagable. No lo hará con Grecia dentro ni con Grecia en el dracma. Lo que revela un pésimo control de los tiempos y de la política es que se prolongue una situación durante meses cuando el desenlace es inevitable.

Pues las situaciones que se pudren denotan debilidad política. Y eso es lo que sucede en Grecia. Hoy, ante unas nuevas elecciones generales, Syriza obtendría mejores resultados que en las pasadas. Aquí, como se ve, sucede como en Ucrania, que el paso del tiempo debilita a la UE. Y en geopolítica las debilidades siempre se multiplican, no se suman. Una Grecia devuelta al dracma será para Rusia lo que España para la UE: el lugar de vacaciones. Esto es una muy mala noticia para Turquía, desde luego, que ya procura reforzarse a su manera para estar en condiciones de controlar el polvorín que tiene en su frontera interior y exterior, fruto de la alta capacidad de Estados Unidos para desordenar Oriente Próximo. Sea como sea, con la fragilidad de Grecia se deja sentir en el seno de Europa las tensiones que nos hemos esforzado por desplazar. Eso comenzó a ser evidente cuando Turquía quedó fuera de las previsiones expansivas de Europa. No se puede trazar una frontera sin que los que están sobre la línea divisoria no se resientan. Pero sería de una torpeza mayúscula entregar las dos piezas a la vez, Grecia y Turquía. Eso implicaría generar un foco de tensión en el que por principio Europa ya no tendría nada que decir, llamando a otros actores para que intervengan en la zona.

En cierto modo, eso mismo es lo que puede suceder en el norte de África. Este es el tercer frente geoestratégico, del que Europa no sabe salir bien parada. Aquí, como otras veces, se ignoró el aviso de Italia de mantener en Libia una protección de poblaciones meramente defensiva y se despreció su opinión de que no se debía desmantelar el régimen de Gadafi por considerarla demasiado apegada a sus propios intereses. Como en otros países musulmanes, Estados Unidos generó una situación de no retorno a las puertas de Europa y se produjo un escenario en el que nadie podía producir orden. Pero de hecho son las costas italianas las que sufren una presión migratoria que ha puesto al descubierto la carencia de solidaridad real entre los países europeos. Aun sabiendo que cualquier régimen que se altere en el mundo islámico será un nuevo campo de batalla entre Al Qaeda y el Estado Islámico, se avanzó hacia ese escenario que sitúa a pocos kilómetros de Europa las tensiones que explotan en Oriente Medio, mientras en el descontrol del Sahel se desplazan armas, drogas y emigrantes desde el Atlántico hasta Lampedusa. Es como si una maldición persiguiera a los países que son afectados por la geoestrategia americana: nunca estuvo México tan cerca de ser un Estado fallido como cuando ha pasado a estar unido por un tratado de libre comercio con EE UU.

Estas tres líneas de frontera generan focos de tensión que, por la ósmosis de la emigración, de los partidos xenófobos y de las opciones nacionalistas radicales, penetran hasta el corazón de Europa. Y cuando eso sucede, puntual a la cita, vienen el órdago del Reino Unido que reclama un cambio de los tratados para construir una Europa más puramente económica, más incapaz de dar respuesta a los retos de su frontera y de su interior, más desarmada y desprendida de toda idea política de gran espacio, y aferrada al mantenimiento de una industria financiera con la que administrar el dinero de las élites mundiales, esté manchado de lo que esté manchado. Es posible que Inglaterra (pues desde luego esta jugada no es propia de Escocia) venda su sí a Europa con este adicional desmantelamiento de todo proyecto político europeo, puesto que ella, desde el punto de vista geoestratégico, pertenece a otro espacio. Pero si Europa consiente en esta operación, entonces se habrá dado la señal definitiva para regresar a la lógica del mercado común, justo en el momento en que los retos que tenemos en el horizonte aconsejan ir en dirección contraria.

Que todo esto suceda ahora puede que sea una casualidad. Pero lo cierto es que pone a Europa en una situación de debilidad cuando se cierra la discusión y debate del mayor ordenamiento planetario al servicio de una potencia imperial, los tratados de libre comercio entre Estados Unidos y el mundo europeo. Y esos tratados traen una noticia que ya Kojève y Schmitt anunciaron en su correspondencia, hace justo 60 años: que Estados Unidos no es un Estado, sino una planificación económica. Ante ese borrador del TTIP, los Estados europeos desaparecen y, con ellos, la jurisprudencia que ha forjado la UE. Los estándares y criterios de control de producción, sanitario y de información serán los norteamericanos, y los tribunales que medien en los pleitos serán los propios de técnicos apátridas que no representan a nadie. En suma, la destrucción de un sistema legal de garantías que hemos construido con esfuerzo. No es de extrañar que las cosas estén así gracias a una enmienda de la exdelegada en Alicante del gobierno Zapatero. Alguien con práctica en los cambios a última hora de toda una normativa constitucional.