A la sociedad valenciana alguien le está moviendo el agua. ¿Intervienen en la movida política los poderes fácticos? Lo que ha de preocuparnos no es tanto la constancia del pacto, sino su contenido y su continuidad. ¿Peligran posiciones de privilegio? ¿No estará en el telón de fondo, el ocaso de la forma de fraguar negocios que ha sido nefasta para la economía de mercado y para la competitividad? Desconcierta cómo toman partido los dirigentes empresariales en el fragor de la negociación política que no les corresponde. ¿Un reeditado pacto del pollo, como el de 1995? Con un empastre tuvimos bastante. Su misión no les lleva a inmiscuirse en la celeridad o en la composición del cóctel político que nos gobierne.

La solución, de acuerdo con el veredicto de las urnas del pasado 24 de mayo, no era necesariamente la coalición PP-PSOE, aunque lo diga José Vicente González. Los demócratas lo aceptarían, del mismo modo que han soportado la hegemonía intolerante del Partido Popular a lo largo de cuatro lustros. Nadie habló de cataclismo en 1991 ni en 1995, aunque el impacto fue de tal calibre que dejó noqueado y fuera de juego al PSOE en la oposición. Lerma, como después Zaplana, se refugió en Madrid.

A Vicente Lafuente, presidente de Femeval, convendría aclararle que para nadie, votantes y políticos, las elecciones son unas vacaciones. Votar es la prueba de fuego de la democracia que exige concentración y esfuerzo. El resultado electoral se ha indigestado en algunos círculos. Esto ocurre porque los empresarios tienen el hábito de ser endogámicos. En vez de reunirse y hablar entre ellos, los que mandan, si se inquietaran por cuanto ocurre a su alrededor sabrían que el cambio político era previsible e inevitable. Están asesorados por expertos en prácticas delictivas, que anteponen la continuidad de sus concesiones y marrullerías a los intereses de las empresas que no sean la suya.

Es probable que el país no se hunda, sino que se sanee con gobiernos renovados, constituidos por socialdemócratas de siempre, coaligados con fuerzas que han merecido la confianza de los electores. No son estos partidos emergentes los que se prodigan en la corrupción que tanto les duele a los patronos. Las malversaciones han contribuido a arruinar económicamente a este país y abocan al pueblo valenciano a sentirse indigno y abochornado por sus políticos. ¿A qué se deben tantas prisas porque gobierne la lista más votada o la inquietud por la estabilidad política, si llevamos viviendo sobre un barril de pólvora desde cuando se descubrió la primera trama? ¿Recuerdan el caso Naseiro en 1989? La última pieza confirma la sentencia de seis años y medio de cárcel para Rafael Blasco, que ha sido siete veces conseller con PSOE y PP.

Además de la financiación justa y de la deuda de la Comunitat Valenciana (40.000 millones de euros), ha de preocuparnos a larga temporada de regeneración cívica que nos espera. Los presidentes Salvador Navarro, de CEV, José Vicente González, de Cierval, y Vicente Lafuente, de Femeval, saben que la traca de asuntos sórdidos todavía no ha finalizado su siniestro recorrido. Aún quedan bastantes masclets y cohetes borrachos que nos explotarán en la cara y contribuirán a la zozobra de la sociedad valenciana. Una reciente derivación llega a Eduardo Zaplana con el caso Púnica e implica a Consuelo Ciscar en su paso por el IVAM.

Unos lo hicieron y otros lo consintieron. Para que unos cobren, siempre hay quien paga. Es el escenario que ha enrarecido el mundo de la economía y ha fulminado el principio de libre competencia. La defensa de la economía de mercado la comparten los dirigentes empresariales y seguirán propugnándola. Los valencianos y los agentes económicos han sufrido una época con efectos nefastos para la imagen, la credibilidad y la confianza en ellos mismos. Ahí está el baile impropio entre lo público y lo privado, que nos lleva a abominar de las subvenciones y de los avales.

Al tiempo, se clama por más planes renove o políticas de promoción industrial, cuando en la red de institutos tecnológicos „flamante Redit„ ha ocurrido lo que estamos viendo. El Impiva hace tiempo que dejó de ser lo que fue y las Cámaras de Comercio pasan de política industrial. ¿Hay que seguir invirtiendo a ciegas en investigación, diseño, innovación y nuevas tecnologías? Habrá que auditar los recursos y los centros disponibles antes de lanzar un nuevo modelo productivo. Desde hace más de diez años llevamos sobre nuestra paciencia muchos planes, llamados de competitividad, de industrialización, de comercio exterior, de promoción turística o de creación de empresas. Comprometidos sin voluntad política de desarrollarlos y sin dotación económica, ante la mirada ausente de las entidades económico-empresariales. Una estafa plurianual. ¿A qué viene tanta prisa?