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El nuevo alcalde de Valencia, Joan Ribó, acudió al despacho en bicicleta a la primera jornada de trabajo y la fotografía se la publicaron los diarios en portada al día siguiente. Las alcaldesas de Barcelona y Madrid estrenaron cargo en metro. Se trata de marcar distancias respecto de la época anterior, la de los coches oficiales, como muestra mejor de que las cosas han cambiado.

Eso está muy bien; la ciudadanía andaba harta de tanto fantasma disfrazado de autoridad que utiliza el chófer hasta para ir al cuarto de baño. Pero el cambio que se espera, el que ha llevado al terremoto en consistorios y gobiernos autónomos, es otro. No sólo se exige un poco de piedad hacia quienes han sufrido más la crisis económica sin haber movido ni un dedo para causarla, eso de que vivíamos por encima de nuestras posibilidades suena a chiste luego de que saltasen a la luz episodios como los de las tarjetas opacas, no basta con el final de los abusos hipotecarios. Además de todo eso, queremos que las ciudades estén limpias, los transportes funcionen, los hospitales no vivan de precario y las escuelas recuperen algo de la dignidad perdida, que de tal suerte nos volverá también a quienes la dábamos por perdida ya.

La bicicleta y más aún el metro son los medios de transporte que utilizan quienes no tienen chófer que llevarse al volante y tampoco pueden dejar el coche metido en el garaje de pago durante la jornada de trabajo, es decir, la inmensa mayoría de los vecinos. Sin duda que aplaudirán el gesto de los alcaldes de las ciudades más grandes del reino pero también comprenderán, dentro de unos días, que los alcaldes, ya sean de uno u otro sexo, recurran de nuevo al vehículo oficial cuando las reuniones se les multipliquen y lleguen tarde a la próxima. Lo que cabe exigir a quien ocupa el sillón del primer ciudadano es otro tipo de gestos. Los de cumplir los compromisos absteniéndose de robar los dineros públicos, caer en la arbitrariedad y esquilmar los bolsillos de los vecinos a fuerza de tasas es algo que se les da por supuesto para que logren marcar diferencias. Lo importante viene luego, cuando quepa comparar si en la ciudad se vive mejor o peor que antes.

El ministro de Hacienda ha advertido ya a ayuntamientos y a comunidades que las líneas rojas del presupuesto no pueden traspasarse. La capacidad de endeudarse del poder municipal y autonómico va a quedar reducido en gran parte y los controles destinados a evitar alegrías como las anunciadas en la campaña electoral serán muy estrictos. Así que las nuevas autoridades habrán de recurrir al milagro de los panes y los peces porque, con el ahorro del coche oficial, no van a tener ni para devolverle el chocolate al loro hambriento. En cosa de un año podremos hacer balance y calibrar tanto los logros alcanzados como las promesas cumplidas. Entretanto, por favor vayan con un poco de cuidado y no nos atropellen a ningún alcalde ni alcaldesa en bicicleta. Denles una oportunidad.

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