Los ámbitos de la seriedad y el rigor se llenan de individuos mal vestidos que no casan con el mobiliario, y que seguramente piensan que no son ellos los que desdicen, sino al revés. Personajes que pretenden trasladar al entorno su ordinariez, en lugar de obtener algo de refinamiento. Es la rebelión de las masas en estado puro, que ha llegado a la política igual que había llegado a los deportes y al espectáculo, como si éstos tuviesen la misma influencia que aquélla, y no mucha más como es la realidad. Algunos políticos, envanecidos no se sabe de qué, han dado en imaginarse futbolistas o cantantes, y defienden la extravagancia de su atuendo como si ellos también hubiesen de marcar tendencia.

El espectáculo se ha politizado, y la política se ha espectacularizado, cosa que da una idea de la confusión reinante y del peligroso derrotero al que puede llevarnos el no saber estar de algunos. El futbolista y el cantante son personas famosas, ídolos de masas, objetos de admiración e imitación, auténticos modelos para niños y para tontos. Tienen, por tanto, mucha más libertad que los políticos, animales de labranza por naturaleza, destinados al servicio y al anonimato.

Pero sucede que los políticos „bastantes „ han decidido rebelarse, renegar de su insignificante condición y subirse al carro de la farándula, deslucir el severo escenario de su trabajo acudiendo despeinados, en camiseta o con la horterada insuperable del traje sin corbata y con camisa negra. Vienen los políticos histriónicos, los políticos juglarescos y saltimbanquis, y como el hábito no hace al monje pero simboliza una regla, es muy probable que la vulgaridad y el histrionismo del atavío se trasladen al cometido político. El resultado serán espacios protocolarios repletos de chabacanería, recintos plagados de zafiedad, estancias graves atestadas de garrulería. Lo peor es que los bufones de la política, cuando alguien les afea lo impropio de su vestimenta, responden con el ridículo «por qué» del que ignora un «porque no es de recibo» para cuya comprensión le haría falta nacer de nuevo y ser educado por otros padres.