Así se titula la segunda encíclica del papa Francisco, con las palabras que en idioma local, derivadas del latín laudatus sit, se hablaba en la región de la Umbría de donde era natural Francisco de Asís; y con las que comienza el canto de alabanza a la creación. Es ciertamente una bellísima encíclica que a uno le hubiera gustado escribir, también como biólogo.

La primera parte es una síntesis de los actuales conocimientos científicos acerca de la cuestión del medio ambiente a nivel planetario (la casa común), y bastante inteligible para cualquier persona normal, con un mínimo de conocimiento sobre las cuestiones ecológicas que inquietan. La carta se lee de un tirón, lo que es de agradecer. Está escrita con soltura y en un rico lenguaje extremadamente sugerente: es una obra maestra de precisión lingüística, de síntesis científica y sapiencia filosófica.

La cuestión central, que trata con gran agudeza, son las relaciones entre el hombre y la naturaleza, de la que no se puede desligar a Dios. Este entrelazamiento es ciertamente fecundo y rico en consecuencias que el romano pontífice va extrayendo con suma sabiduría y bondad. El mejor comentario que se puede hacer es la invitación a su lectura directa. No es ninguna pérdida de tiempo, independientemente de las creencias que uno tenga.

Clama por algo que lleva incubándose en nuestras sociedades desde hace tiempo: ya decían los estudiantes de mayo de 1968 aquel eslogan de que «se pare el mundo que yo me bajo». Propone un nuevo estilo de vida, unas nuevas relaciones, una sociedad más humana y menos dirigida por la tecnoestructura dominante. Algo integrador, vital, que nos enriquezca a todos los niveles.

Llama la atención que denuncie tanto la mano invisible del mercado „esa que, de vez en cuando, se hace palmaria„ como de la pose superficial de un ecologismo de plasma, que, en el fondo, forma parte también de ese sistema capitalista que denuncia. La ecología „la ciencia del hogar„ es una cuestión mucho más de fondo y compleja; y así lo revela un bellísimo capítulo, el cuarto, en el que pone los puntos sobre las íes, cuando se refiere a una ecología integral que engloba las relaciones interpersonales, la vida urbana, el medio ambiente, la ecología social y económica e incluso un apartado a la ecología de la vida cotidiana o la ecología intergeneracional.

No existe, viene a decirnos, una adecuada relación con la naturaleza cuando se carece de una visión antropológica adecuada; y cita a Benedicto XVI: «Cuando la persona humana es considerada sólo un ser más entre otros, que procede de los juegos del azar o de un determinismo físico, se corre el riesgo de que disminuya en las personas la conciencia de la responsabilidad». Y eso nos recuerda que el mundo es un crédito que Dios nos ha concedido para que responsablemente lo cuidemos y lo disfrutemos.

Biólogo. Grupo de Estudios de Actualidad