Estamos abrumados, sobrepasados. Todos los que opinamos más allá de las terrazas de los bares lo tenemos crudo: el PP se ha esfumado de las instituciones. Con nuevos ayuntamientos y el gobierno valenciano recién estrenado solo podemos permitirnos escribir de alguna bandera arco iris y de algunos singulares gestos institucionales como el de un exalcalde de una aldea remota valenciana, Ximo Puig, que se baja una bandeja de pasteles de su pueblo para su toma de posesión como presidente y que promete, en su lengua nativa, corregir el errático rumbo de este devastado lugar, donde la corrupción y unos recortes indiscriminados habían minado la moral de sus habitantes, o el de unos señores con mangas de camisa que han decretado el cerco a las penurias alimenticias infantiles en verano. El vuelco electoral ha hecho que entren en el recinto de las Corts personas desterradas de sus propias instituciones; la nueva política ha hecho que un alcalde, que monta en bicicleta, ordene la venta de un Audi señorial en el mercado de vehículos usados. Habrá que darles a esa sopa de siglas que se ha adueñado del cotarro político al menos cien días de gracia. Y mientras, ¿a quién ponemos a parir?

La sequía de temas amenazaba con agobiarnos. Y en eso que aparece todo un expresidente de la Generalitat, un antecesor de Puig, y nos da munición extra veraniega. José Luis Olivas ha hecho un alto en su merecido descanso vitalicio, después de haber dilapidado dos entidades de crédito valencianas, para cubrir huecos informativos. Todos sus escasos conocimientos en el negocio bancario los empleó con ahínco para verter por el sumidero financiero los ahorros de muchos valencianos con los que se levantaban hospitales, pero también se pagaban ambulancias y centros de día. El manchego, que nos gobernó sin soltar ni mu en valenciano, se rodeó de los mejorcito de la clase (Aurelio Izquierdo y Domingo Parra) para desvalijarnos y enterrar millones de euros en el Caribe a nuestra costa.

Por muchos exorcismos que hagamos, los espíritus y fantasmas del pasado nos van a visitar con alguna frecuencia. La operación Coral nos ha brindado una tregua estival a los opinadores. ¡Menos mal! Nos hemos librado de una buena en estos meses de gracia al bipartito: no tener que recurrir al calor ni a Grecia. Porque ver a Mariano Rajoy sacudiendo a Alexis Tsipras resulta patético. Como si allí el clima mediterráneo no hubiera sido propicio también a personajes como nuestro insigne Olivas. Si el PP sigue apretando la soga de Syriza llegará a las elecciones con la prima de riesgo por las nubes y la tímida recuperación económica hecha unos zorros a expensas de algún turista británico que ha salido por piernas de Túnez y ha decidido acampar en Benidorm. ¡Pobres!