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Una de reencuentros

Viendo junto a don Juan Carlos la imagen de los presidentes, a la que hay que unir el notable hueco dejado por el primero de ellos en orden de aparición y el más efímero del socarrón de Calvo Sotelo, a cualquiera que no sea Pablo Iglesias se le agolpan los recuerdos. Fue Rajoy quien tuvo la idea de reservar en Casa Lucio para conmemorar el año de abdicación del monarca. Por el salpicado de noticias sobre la agenda que lleva, la verdad es que es para celebrarlo. También me ha recordado la tarde en que la virtual Miguel de Cervantes hizo lo propio en la Biblioteca Nacional con motivo de su décimo aniversario al que asistió Vargas Llosa cuando no había alcanzado las mayores cotas de la prensa rosa. Al acabar el acto, me dirigí a Lavapiés en busca de uno de mis chavales que había hecho de su miseria un vergel buscándose la vida como la mayoría hoy, o sea a duras penas. Me soltó que estaba reventado y que si no me importaba tomar cualquier cosa en casa, a lo que respondí que lo que él quisiera. Pero al comentarle que pensaba ir a Casa Lucio, dijo «tardo dos segundos, papá».

Teniendo en cuenta el feeling que se gastan Felipe, Mariano y el rey con Aznar, éstos reencuentros tienen su mérito. Tampoco tuvo menos miga el protagonizado en la toma de posesión de Ximo Puig por Zaplana y Camps, a los que el protocolo unió. Cómo no se sentiría Eduardo que, pese a acceder al Palau silbado por los partidarios de la basca multiplataforma, estaba deseando volver a la calle. Y eso que nos hallamos ante un verdadero artista que, aunque lleve años haciendo cabriolas para no saludar a Juan Antonio Gisbert y a Pedreño, entre otros, cuando éste fichó por Botín le dijo al banquero que su paisano cartagenero era un hacha. De ahí que pusiera Lucio lo de los huevos estrellados. Por si las moscas, eso que llevaba adelantado.

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